Comunicaciones ArquiMérida

La Palabra de Dios en el 30º Domingo del Tiempo Ordinario

El tema dominical

La vitalidad y la alegría que brotan de las lecturas de este domingo son expresiones de una humanidad redimida. Mujeres y hombres, abatidos en el cuerpo y en el espíritu, o forzados a vivir dentro de estructuras sin alma y caparazones sin vida, aún se atreven a gritar y a esperar, a gemir y a luchar. El grito de Bartimeo nos representa, al igual que el viaje del resto de Israel a su patria, mencionado en la primera lectura. La esperanza cristiana brota, en efecto, no allí donde el hombre camina con audaz confianza, sino en las encrucijadas y en el grito de los afligidos. La salvación de Dios irrumpe en el naufragio humano: en medio de los ciegos y los cojos, los náufragos y los perdidos. Esta es la buena noticia de este domingo.

El Evangelio: Mc 10,46-52

El relato de Bartimeo comienza con la noticia de un mendigo ciego que estaba sentado junto al camino. Los ciegos eran en su mayoría mendigos y era muy natural encontrarlos en el camino, pero el énfasis en que Bartimeo estaba sentado junto al camino. El tiempo imperfecto del verbo indica una situación de inmovilidad habitual y cotidianidad estancada, con pocas expectativas y poca esperanza. Un día pasa Jesús y, en medio del bullicio de la multitud y de los discípulos, el ciego comienza a gritar: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!». El apelativo Hijo de David, con el que Bartimeo llama a Jesús, sorprende al menos por tres razones. En primer lugar, es la primera y única vez en el evangelio de Marcos que alguien se dirige a Jesús con este apelativo; en segundo lugar, Bartimeo repite el grito dos veces y –en tercer lugar– la profesión de fe se pone en boca de un ciego. Todas estas razones dejan claro que se trata de un título de considerable calado.

Junto con otras expresiones similares, «Hijo de David» ocupaba un lugar importante en la tradición judía y ya se utilizaba como título mesiánico en el siglo I a.C., expresando la expectativa de un Mesías liberador como cumplimiento de la promesa hecha a David. Junto con la súplica ten piedad de mí, muy recurrente en los Salmos, la invocación constituye la prueba de un acto de fe que Bartimeo no teme gritar con fuerza, aunque se deje constancia expresa de la molestia de los presentes. Vuelve un leitmotiv de la literatura bíblica: los ciegos ven más claramente que los que tienen vista sana. El mito griego también hablaba del anciano Tiresias que, convertido en ciego por la diosa Hera, recibió como don la facultad de profetizar. Pero el relato evangélico tiene un calado muy distinto. Aquí se trata del misterio de Dios y de la sabiduría de sus caminos.

Haciendo caso omiso de las reprimendas, Bartimeo intensifica sus gritos, sin dejar de expresar su total confianza en Jesús que, al oír el grito, lo convoca. El comportamiento de Bartimeo como vidente, despojándose de su manto, poniéndose en pie de un salto y corriendo hacia Jesús, es improbable pero, a nivel simbólico, tiene un impacto notable porque son gestos en los que se experimenta el poder de la fe. Es la fe la que vence el inmovilismo y la marginación. Jesús llama y todo se pone en marcha: el que al principio de la historia estaba sentado junto al camino, ahora se despoja de su túnica, se pone en pie de un salto y va hacia Jesús. Es sorprendente que Jesús le pregunte cuál es su deseo, como si buscara una petición explícita de Bartimeo. Aún más asombrosa es la asimetría entre la petición de Bartimeo, que quiere ver, y la respuesta de Jesús, que le dice que vaya (hypage). Jesús no responde con un gesto de curación, como en otros casos, sino con un imperativo que se refiere a caminar. El que era ciego es llamado a seguir, por el camino del Mesías crucificado. ¿No es éste acaso el motivo fundamental del relato?

La última escena presenta la nueva situación que se ha producido gracias a la intervención de Jesús y a la fe del ciego. La novedad se describe con dos verbos que no hablan, como en otros contextos milagrosos, del asombro de la multitud o de la aclamación del curado, sino sólo del sentido profundo de la curación: Bartimeo «recobró la vista y le seguía por el camino». El primer verbo – recobró la vista (vide) – está en aoristo, mientras que el segundo – le seguía – está en imperfecto. Una construcción extraña, que sin duda no se debe sólo a la libertad sintáctica que Marcos se toma a menudo, sino que pretende poner de relieve algo más profundo. Dos caminos se cruzan: el del mendigo ciego, que estaba sentado junto al camino, y el del hijo del hombre, que recorría el camino de Jerusalén: el camino de la ceguera sin salida, y el del amor sin retorno. La recuperación de la vista abre el camino sin salida y permite seguir por él, ser perseguido con tenacidad y fidelidad (le siguió).

He aquí el significado simbólico del episodio: el lector encuentra en Bartimeo «el modelo» del discípulo, frente a la lentitud y la cerrazón de Santiago y Juan que codician los primeros puestos y de los otros que murmuran (cf. domingo pasado). Ante el misterio de Dios y de sus caminos, los Doce – y Pedro in primis – se escandalizan y protestan. Un ciego, en cambio, muestra el camino correcto, con su fe en el hijo de David, capaz de abrir senderos impensables en el camino de la ceguera humana.

Pbro, Dr. Ramón Antonio Pardes Rz