Comunicaciones ArquiMérida

1 de noviembre de 2024 La Palabra de Dios en la Solemnidad de todos los Santos

El tema de la fiesta

Con el paso del tiempo, el concepto de santidad se ha ido empobreciendo, incluso conceptualmente, hasta quedar reducido a una especie de heroísmo, perteneciente a una corte de figuras excepcionales, objeto de veneración y de improbable imitación. Las lecturas de hoy nos presentan una imagen de la santidad muy distinta de la que acabamos de describir. En la Biblia, la santidad no está asociada a milagros, ni siquiera a comportamientos heroicos y excepcionales. En la Biblia, el santo es ante todo Dios; es más, sólo Dios es el santo, no porque sea todopoderoso, sino porque -aun siendo Otro- ama a los seres humanos con un amor fiel que no desfallece ni siquiera ante la infidelidad. Por supuesto, todos están llamados a la santidad -sed santos porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo, Lev 19,2-, pero no es una llamada a un orden heroico, sino a respetar los caminos de Dios y los caminos de las hermanas y hermanos. Los caminos de la santidad son muchos, pero todos brotan de la relación profunda que Dios establece con los hombres, transformándolos en criaturas nuevas, capaces de vivir -como el Santo- en la alteridad y el amor.

El Evangelio: Mt 5,1-12a

Nueve veces resuena en el evangelio de hoy el término makarioi / bienaventurado, seguido de categorías de personas que a primera vista parecerían vivir en una situación que es todo menos bienaventurada. Estamos llamados a entender bien esta yuxtaposición, porque la bienaventuranza aplicada a situaciones de indigencia humana corre el riesgo de crear un gran malentendido. La expectativa de compensación futura para los pobres, los afligidos…. (en las bienaventuranzas los verbos están en su mayoría en tiempo futuro) ¿no hace del mensaje de Cristo un opio para el presente? ¿No habría que definir las situaciones de pobreza e indigencia como indignas del ser humano, en lugar de llamarlas portadoras de bienaventuranza?

Esta preocupación -en absoluto inusual, ya que también ha experimentado malformaciones históricas debido a una hermenéutica equívoca del mensaje cristiano- muestra en primer lugar una mala comprensión del término makarioi. El género literario makarioi es conocido tanto en la tradición hebrea como en la griega. En la Biblia hebrea está atestiguado, por ejemplo, en el Salmo 1, que habla de la bienaventuranza del hombre «que no sigue el consejo de los malvados…» o en el Sal 41, que atestigua la bienaventuranza del hombre «que cuida de los débiles…», y en otros 23 pasajes del Salterio y especialmente de la literatura sapiencial. El macarismo también es conocido en la tradición griega, donde a menudo representa el estatus de los dioses o la cualificación de los hombres que poseen determinadas riquezas externas e internas.

Mateo lee la bienaventuranza desde la perspectiva del Reino anunciado por Jesús. Esto significa que el Evangelio no absolutiza ninguna condición histórica y no vincula confusamente la alegría cristiana a ninguna. Lo absoluto para el cristianismo no es la condición económica o social en la que se encuentra una persona, sino el Reino de Dios y su justicia. En esta perspectiva, la bienaventuranza sobre el ‘anawîm desafía radicalmente las jerarquías humanas, según las cuales la felicidad está indisolublemente ligada a la riqueza y al poder, e instaura otro orden, una nueva situación, en la que el primer lugar es Dios y su sabiduría. En el pensamiento de Mateo, la llegada del Reino en la persona de Jesús trastoca las categorías de la sabiduría humana, según las cuales los pobres, los afligidos, los mansos, los perseguidos son perdedores. En cambio, Mateo anuncia una inversión, debida a la irrupción del mundo de Dios: los perdedores se convierten en beneficiarios de la salvación mesiánica. Bien puede decirse que la base de la alegría de los pobres, los afligidos, los mansos… no es la situación en que viven, sino la esperanza que el Reino proyecta sobre ellos, porque Dios desafía y trastoca el orden del mundo, en el que impera la ley DSE: dinero, sexo y éxito.

Y es precisamente aquí donde el discurso sobre la santidad se entrelaza con el de las bienaventuranzas. El mundo pide riqueza y fuerza, astucia y arrogancia… La santidad nace de la conciencia de que todo es gracia y de que el mundo se va, con sus ídolos y sus mitos, mientras permanece el amor de los santos: de los que pierden la vida para que brote una flor entre las grietas de la historia. Nos enseñan a mirar la realidad con otros ojos, en la persuasión de que la paz no brota de la mentira y del éxito, sino de la fe en un Proyecto divino que recorre los caminos de los mansos y de los pacificadores, de los perseguidos y de los justos, sean del pueblo que sean.

Pbro. Dr. Ramón Paredes