Pbro. Cándido Contreras
La liturgia de la Palabra, que nuestra madre iglesia nos propone para este domingo, nos indica lo más genuino de nuestra experiencia religiosa: el auténtico cristianismo nos lleva a amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Cristiano es aquel que ama. Quien verdaderamente ama es cristiano porque vive al estilo de Cristo.
Para muchos de nosotros, producto de la cultura en que vivimos y en la cual hemos sido educados, la palabra mandamiento tiene el sentido de mandato, ley, imposición, obligatoriedad. Para los hebreos, y después para nuestros hermanos judíos, la palabra mandamiento tiene un sentido más amplio; para ellos es camino, indicación, propuesta, sugerencia.
A pesar de nuestra cultura, llamada occidental, tenemos bien claro que el amor requiere libertad; donde no hay libertad no puede existir el amor; cuando me siento obligado a “amar”, realmente no amo; puedo ser complaciente, puedo intentar agradar al otro, pero lo hago no porque surge del corazón sino porque o es producto del miedo, o es fruto de una rutina que se ha vuelto cómoda pero que no ayuda a la realización personal.
Existe, además, otra connotación en el pensamiento hebreo sobre la palabra mandamiento que tiene que ver con lo que sustenta, no solo una idea, sino la vida y la observancia religiosa. Es quizá en este sentido donde debemos entender la pregunta que el especialista en los textos sagrados le hace al Señor Jesús: “¿Cuál es el principal mandamiento?”. Es decir, ¿cuál es el fundamento de todos los textos sagrados? Y el Señor Jesús le responde, a él y a cada uno de nosotros, que lo que sostiene nuestra relación con Dios es el amor expresado en nuestras actitudes para con el prójimo. Solo el amor puede sostener una auténtica experiencia religiosa.
Cuando el Señor se acerca al ser humano lo hace desde su realidad amorosa; Él no tiene otro lenguaje para dialogar con las personas porque Él solo es Amor. Sólo que debemos ir más allá de los solos sentimientos agradables, emocionales, placenteros y satisfactorios, para entrarnos en lo que implica la donación total de sí y la búsqueda del bien de la otra persona. Es claro que el Señor Dios, el Sumo Bien, no necesita nada de parte nuestra; dejaría de ser Dios si careciera de algo, en cualquier nivel que podamos imaginar. A Él le respondemos a su amor, dejando que su obra de felicidad se vaya realizando en cada uno; Él nos invita a que dejemos de ser el centro del universo y la pretensión que todo gire en torno a nuestro querer. Ningún ser humano es el principio de sí mismo y mucho menos de todo el inmenso cosmos que nos rodea, empezando por los seres amados que están a nuestro lado. Somos parte de un todo maravilloso en el cual podemos contribuir al bienestar de todos.
El Señor Jesús para que no caigamos en un falso espiritualismo, nos invita a ver que el fundamento, el sustento de la verdadera experiencia religiosa, es la conducta que debemos observar con nuestros semejantes. El amor de Dios se expresa en el amor hacia los demás; también éste va más allá de los sentimientos agradables y se convierte en actitudes que buscan el bien de la otra persona. Los autores del Nuevo Testamento, guiados por el Espíritu Santo, van a insistir, de múltiples maneras, que el amor a Dios, principal fundamento de nuestra fe, se expresa en el amor hacia nuestros hermanos. Este amor se manifiesta de diversas maneras y hace posible que el Reinado de Dios se haga presente en medio de la humanidad; nos cuesta verlo porque el ruido que hace el maligno, y sus secuaces, ensordece los oídos del cuerpo y del espíritu. Sin embargo, el amor sigue adelante abriendo senderos de justicia, paz y fraternidad. El mal sigue siendo destruido y el bien brillará por toda la eternidad.
ORACION EN EL DOMINGO XXXI ORDINARIO -ciclo c-
Maestro Bueno, Señor nuestro Jesucristo,
nos sigues repitiendo, sin cansarte ni cansarnos,
que la verdadera experiencia religiosa
se expresa en el Amor a Dios y a los hermanos.
El Amor a Dios, en su misterio Trinitario,
lo hacemos desde la oración,
en sus múltiples dimensiones
de Adoración, Alabanza, Acción de Gracias,
y también de súplica e intercesión.
Queremos, oh Señor, vivir nuestra fe,
esperanza y caridad,
según tus enseñanzas y no de acuerdo
a nuestras aparentes sabias elucubraciones,
Que tu Espíritu, oh Señor Jesucristo,
nos siga llevando por sus caminos.
Que Él vaya dirigiendo nuestra oración
y que inspire cada una de nuestras obras.
Haz, oh Señor, que cada una de nuestras obras,
y cada uno de nuestros pensamientos,
sean un reflejo que amamos a Dios,
sobre, absolutamente, todas las cosas,
y que, en cada una de nuestras acciones,
amemos a nuestros prójimos,
como nos amamos a nosotros mismos. Amén.