El tema dominical
El tema de la «visita» se repite con frecuencia en el lenguaje cotidiano y en el lenguaje literario, filosófico y religioso. Se visita a un pariente y a un amigo, a un enfermo y a un santuario. En el Evangelio de Lucas -sobre todo en los dos primeros capítulos-, con expresiones muy variadas, la visita de Dios se presenta en un momento crucial de la historia, porque Dios viene a redimir a su pueblo. El mismo cántico de Zacarías resume el acontecimiento de Jesús en el tiempo del cumplimiento con las palabras: ‘Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo’. Este tema evocador y sus diversas implicaciones nos invitan a reflexionar sobre las lecturas de este último Domingo de Adviento.
El Evangelio: Lc 1,39-45
El relato de la visita de María a Isabel es intercalado por Lucas entre las dos anunciaciones (a Zacarías y María) y los dos nacimientos (de Juan y Jesús). Es evidente que la intención del evangelista es dibujar una historia de salvación en la que los caminos del precursor y del Mesías se cruzan en el encuentro de las madres.
El relato no satisface nuestra curiosidad: no dice qué motivo impulsó a María a emprender su viaje, ni habla de la duración o dificultad del mismo. El deseo de ayudar a una pariente anciana y embarazada, como oímos a menudo, no se menciona como motivo de la partida. A Lucas sólo parece interesarle una cosa: Isabel y María están unidas por el mismo designio divino; el ángel que anuncia a María el nacimiento extraordinario de su hijo Jesús le anuncia también el nacimiento de otro hijo, dado a Isabel en su vejez. Es la fe en esta Palabra lo que hace que María se levante rápidamente. Y, de hecho, el saludo de Isabel recuerda la fe de María y su obediencia a la Palabra: «¡Bendita la que ha creído en el cumplimiento de lo que le fue dicho de parte del Señor!». El participio aoristo griego (hē pisteousousa) define a María como «la creyente», la que hizo de la adhesión a Dios y a su plan la condición misma de su existencia. Este es el primer fruto maravilloso de la visitación de Dios.
Pero hay un segundo aspecto que concierne al relato de la visitación y que impregna el acontecimiento de una luz particular. Si tomamos como marco de referencia el transporte del arca a Jerusalén, relatado en 2 Sam 6, nos damos cuenta inmediatamente de que la visitación de María a Isabel traza en contraste ese mismo acontecimiento. El arca era el signo supremo de la presencia del Señor entre su pueblo y el solemne traslado a Jerusalén fue percibido inmediatamente por el rey David como una tarea primordial. Pero, ante la muerte de Uza, que se había atrevido a tocar el arca, David se asustó y exclamó: «¿A qué debo que el arca del Señor venga a mí?». Así que decidió colocarla durante tres meses en casa de un tal Obed-Edom. Cuando el arca fue finalmente transportada a Jerusalén, el narrador cuenta que David comenzó a «danzar y saltar» de alegría ante el Señor. Los puntos de contacto entre la entrada del arca en Jerusalén y la visita de María a Isabel son notables, pero aquí sólo quiero señalar que se utiliza el mismo verbo griego para indicar la danza de David ante la presencia de su Dios y el movimiento del niño en el vientre de Isabel, antes de la entrada del Mesías, que María llevaba en su seno.
La danza es el canto del cuerpo, la encarnación de la alegría ante la visita de Dios: el rey David e Isabel lo atestiguan a su manera. La danza es el canto de los pobres, la expresión feliz del cuerpo, lleno de la plenitud de Dios. El Magníficat continúa esta danza, proclamando las maravillas de la visita de Dios y su amor por los indigentes y los perdidos. María -como David- transporta la presencia de Dios al seno de su pueblo y canta su aceptación por los desposeídos y los abandonados. El canto atraviesa lo real, la corteza de la historia y la fuerza oscura que la impregna. En el campo del instinto violento, que penetra en los hombres y en las cosas, María contempla el capullo que florece, gracias a la visita de Dios que, en el Hijo, ofrece de nuevo al ser humano la posibilidad de danzar.