Comunicaciones ArquiMérida

ORAR CON LA PALABRA: REFLEXION EN LA FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR -ciclo c-

Palabra

Pbro. Cándido Contreras 

Culminamos el tiempo del Adviento y de la Navidad con el inicio del ministerio público del Dios que se hizo Niño en Belén y que luego optó por una vida de oración, trabajo y silencio en Nazaret, población marginal de la cual, se decía, no podía salir nada bueno (Juan 1,46). El Señor Jesús va al río Jordán y, con las personas pecadoras que se arrepentían de sus pecados, recibió el bautismo impartido por Juan, el Bautista, como signo público de querer vivir según la voluntad de Dios.

Ante los misterios de la vida del Señor, los esfuerzos por explicarlos y comprenderlos con nuestra inteligencia son siempre insuficientes. No entendemos por qué el Señor eligió el camino de “aparecer como uno de tantos” (Flp 2,7); hoy adoramos y aceptamos que nuestro Señor y Mesías se solidariza plenamente con nosotros, no se asusta de nuestra realidad de pecadores y quiere redimirnos integralmente.

Sus años de oración, trabajo y silencio, lo lanzan a una misión que, en el tiempo y el espacio, nos parece demasiado corta; vino a darnos testimonio, con sus obras y palabras, que Él era el Hijo Amado del Padre Dios. La consecuencia inmediata que podemos sacar de allí es que Dios es un Padre amoroso y no un juez/verdugo lleno de ira resentida. La misión del Hijo, lleno del Espíritu Santo, es conducirnos a hacer la experiencia amorosa del Padre.

Nos dice la narración del evangelista Lucas “que todo el pueblo estaba en expectación y se preguntaba si Juan Bautista no sería el Mesías”. Esta expectación nos sigue inquietando porque, si bien sabemos quién es el verdadero Mesías, quisiéramos que actuara de forma más contundente. Un Mesías en medio de la muchedumbre, actuando como todos, vistiendo igual que los demás, sin títulos ni ornamentos, nos cuesta aceptarlo.

Este nuestro verdadero y auténtico Mesías trae el consuelo a todo el mundo; el profeta Isaías sólo alcanzaba a vislumbrar la consolación para su pueblo; en Cristo Jesús la ternura de Dios se hace presente para toda la humanidad, saltando las barreras religiosas, étnicas y culturales que los seres humanos seguimos empeñados en levantar.

El bautismo del Señor Jesús, aún en medio de un grupo de personas, sólo es especial para Juan Bautista y para el mismo Señor; de alguna manera, se realiza en medio del anonimato para mostrarnos que el camino y los pensamientos de Dios son muy diversos a los nuestros (Isaías 55,8). Los primeros cristianos sintieron el amor de predilección del Padre Dios sobre su Hijo amado quien era, para ellos, el Señor y el Mesías; el amor de Dios Padre quiere transformar la humanidad; el amor de Dios Padre a todos nos quiere perdonar los pecados, a través de la vida, pasión, muerte y resurrección, de quien es su Predilecto. La humanidad puede alcanzar la plenitud de la felicidad sumergiéndose, bautizándose, en esa ternura del Padre Dios para luego vivir la fraternidad solidaria. El Papa Francisco, desde su primera exhortación apostólica “La alegría del evangelio (Evangeli Gaudium)” hasta su última encíclica “Nos amó (Dilexit nos)”, no se cansa de repetirnos lo importante de vivir el amor de Dios como característica primordial de nuestra fe.

Al celebrar el Bautismo del Señor damos gracias a Él por permitirnos a nosotros pecadores, sumergirnos en Él y con Él, en el amor misericordioso del Padre. Sólo porque nos amó primero podemos disfrutar del perdón de los pecados y la reconciliación con nuestros semejantes. Al recibir y renovar el sacramento del bautismo, nos comprometemos en Cristo, y por Cristo, a vivir como hermanos, a cuidar la creación y a testimoniar que somos hijos amados de Dios, “para vivir en la vida presente con sobriedad, justicia y piedad, mientras aguardamos la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador, Cristo Jesús” (Tito 2, 12- 13).

ORACION EN LA FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR -ciclo c-

Señor Jesucristo,
Hijo amado y predilecto del Padre,
gracias por acercarte a nosotros
en la fragilidad de nuestra carne mortal.
Gracias porque al hacerte “uno más”
nos das la lección hermosa
del respeto que tienes
de la condición humana.
Gracias por compartir nuestra historia
llena de contradicciones y esperanzas.

En el Jordán nos hiciste presente
al Padre Dios, todo ternura y predilección.
Padre tuyo y Padre de todos los humanos.
Padre en el sentido más amplio y hermoso
que esta palabra pueda contener.
Padre que nos regala el Espíritu Santo
para que todos sintamos su predilección.

Ayúdanos a vivir las consecuencias
de nuestro santo bautismo.
No permitas que nos contentemos
con un rito y un certificado.
Que tu Santo Espíritu
al hacernos sentirnos predilectos
nos llene de fuerza para vivir
como hijos del Padre Celestial,
como hermanos de todos nuestros semejantes,
y como administradores responsables
de toda la creación. Amén.