Comunicaciones ArquiMérida

ORAR CON LA PALABRA REFLEXION EN EL SEGUNDO DOMINGO ORDINARIO -ciclo c-

Palabra

Pbro. Cándido Contreras

Desde el pasado lunes comenzamos a vivir, litúrgicamente, en nuestra iglesia el llamado “Tiempo Ordinario”; es un tiempo en que celebramos la presencia del Señor Resucitado en los diversos acontecimientos de nuestra vida; de alguna manera, se quiere subrayar cómo el Señor nos acompaña en los acontecimientos cotidianos.

En este domingo la iglesia nos presenta un episodio al mismo tiempo ordinario y singular. La fiesta de bodas es común en la mayoría de las comunidades humanas; el Señor Jesús participó de ellas, aunque sólo la de Caná de Galilea, al inicio de su ministerio público, es recordada por lo singular que en ella se produjo y que nos trasmite el evangelio de san Juan.

Jesús fue invitado con sus discípulos a una fiesta de bodas; como en muchas pequeñas comunidades, como las existentes en la Galilea del tiempo de Nuestro Señor, era un acontecimiento que reunía a las familias y a muchos de los vecinos. Era una fiesta que se prolongaba por varios días en la que se compartía el don de la vida a través de los alimentos, la música, la danza y el compartir fraterno.
Llama la atención que la Virgen María, tal como lo señala el texto, “estaba allí”; está como una mujer más de su pueblo para ayudar a que la fiesta se desarrolle con el mayor éxito posible; está sirviendo a los demás con una presencia discreta y atenta. Es ella, la Virgen Madre, quien se da cuenta que falta el vino y con mucha cautela se acerca a su Hijo para ponerlo al tanto de la situación. La respuesta que le da el Señor nos parece extraña y, como todo el pasaje, son muchas las explicaciones que se dan a la misma. Pero la actitud de la Virgen, junto a la “orden” que da a los que están sirviendo, nos llena de confianza esperanzada.

La Madre de Jesús, la Virgen María, le dice a los servidores de aquella fiesta “Hagan todo lo que Él les diga”; son unas pocas palabras que son, al mismo tiempo, el “evangelio” de la Madre. Ser y vivir como cristianos no es otra cosa sino procurar hacer lo que el Hijo de la Virgen María nos dice: “ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Juan 15,12). Todas las palabras que la Virgen ha dicho a lo largo de los siglos, en las verdaderas apariciones, se sintetizan en esta asombrosa palabra.

El evangelista Juan en vez de hablar de milagros, habla de signos. El de Caná de Galilea es señalado como el primer signo que realizó el Maestro. Si bien lo realizado por el Maestro, desde una sencillez asombrosa, nos causa admiración, es también una interpelación. Al ser un signo nos remite a otra realidad distinta de lo inmediato. Jesús de Nazaret, el Señor y Maestro, el Hijo de la Virgen Madre, es el vino nuevo que transforma verdaderamente a las personas. La purificación verdadera, que trae la salvación a la humanidad, que la redime de todos sus pecados, es la Sangre de Cristo, simbolizada en ese vino abundante y excelente saboreado por los participantes en la fiesta de bodas en Caná de Galilea.

Como todos los relatos del evangelio, el signo de Caná de Galilea queda abierto para que cada creyente encuentre allí un alimento particular. No existe una sola y obligatoria interpretación. En cada persona resuenan unos ecos que no son posibles explicar con palabras humanas; ecos profundos que luego nos llevan a la acción en favor de las personas. Es interesante subrayar cómo la gloria del Señor, en este signo, es percibida por los discípulos y les permite seguir creciendo en la fe hacia el Maestro. No es una gloria que anula al ser humano y lo obliga a ser creyente; es más bien una gloria sutil y embriagadora que lo hace exultar con gozo sereno y lo fortalece en el compromiso de hacer siempre el bien a los demás.

ORACION EN EL SEGUNDO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO -ciclo c-

Señor Jesucristo, Maestro único y verdadero,
eres el portador de la verdadera salvación
porque eres el Vino Excelente de la Redención.

Hoy te queremos agradecer
de manera muy particular
el regalo de la fe, la esperanza y la caridad,
que se hacen presente de manera singular
en la persona de la Virgen María,
de tu Madre Virgen que nos das
como Madre cada día.

Nos sentimos interpelados
por la fe sencilla e inconmovible
con la que Ella se acerca
para señalarte la necesidad
de aquella incipiente familia
que puede quedar abochornada
por carecer del vino necesario
para continuar con su fiesta nupcial.

Gracias, oh Señor y Maestro,
porque eres el Vino Nuevo Redentor.
Gracias por traernos la auténtica salvación.
Gracias por enseñarnos a amar, creer y esperar.
Gracias por la fe inconmovible
de la Virgen María, madre tuya y nuestra.
Gracias porque ella nos enseña
cómo amarnos unos a otros,
pasando de las palabras a las obras. Amén.