Palabras de nuestro Arzobispo Metropolitano Mons. Helizandro Emiro Terán Bermúdez con motivo de celebrarse hoy los 40 años de la visita de San Juan Pablo II a Mérida
«Renovar la fe es profundizar en el conocimiento de la doctrina católica; es hacer la experiencia vital del amor a Dios y a los hermanos; es anunciar a los demás el Evangelio». Y añade: «Sólo esa fe renovada será capaz de conducir a la fidelidad a Jesucristo, a la Iglesia y al hombre».
Fueron parte de las palabras de la homilía de San Juan Pablo II que hoy, después de 40 años, siguen haciendo eco en el corazón de los merideños y en lo más alto de nuestros páramos andinos.
Y es que la visita del Santo Padre “peregrino de esperanza” de 1985, estuvo presidida por una intensa labor evangelizadora conocida como la “Misión Nacional”, asentada sobre tres grandes temas: el hombre, Cristo y la Iglesia, todo un amplio programa pastoral que aún hoy nos sigue retando a esta triple fidelidad para hacer crecer en profundidad la fe del pueblo venezolano.
Una de las primeras cosas que diría yo después de 40 años de la visita de San Juan Pablo II, es poder evaluar hasta qué punto esa misión nacional ha dejado frutos. Hemos sido conscientes de la necesidad de vivir el evangelio. La visita de San Juan Pablo II despertó mucha alegría, mucho entusiasmo, mucho compromiso. Yo era un muchacho, cuando vino el Papa, y hasta fundamos un grupo en la parroquia nuestra agustiniana de Maracaibo llamado “amigos de Juan Pablo II”. La visita, repito, generó mucha alegría, mucha euforia, compromisos inmediatos de fe. Cuarenta años después, ¿qué ha pasado con todo eso? Es una pregunta que debemos hacernos personalmente y también como Iglesia venezolana.
En la explanada de la Hechicera el Papa polaco nos retó a continuar profundizando en el estudio de la doctrina católica englobando las enseñanzas de la revelación divina acerca del hombre de Cristo y de la Iglesia. Es la tarea permanente de profundizar en la fe para proyectarla en la vida cotidiana y testimoniarla a los demás.
Pienso que el dinamismo de la evangelización es un dinamismo permanente y que la misión nacional, en aquel momento, dejó esos frutos de bonitos preparativos a la visita de San Juan Pablo II, hoy tenemos que seguir recuperando ese espíritu evangelizador y misionero para que el Evangelio de verdad puede echar raíces en nuestras vidas, en nuestras comunidades, en nuestra Iglesia.
Que Mérida sea ese reducto de fe, que Mérida sea ese reservorio de fe, es una frase muy hermosa, como lo refirió san Juan Pablo II aquella mañana del 28 de enero de 1985:
“Mérida, la de las «cinco águilas blancas», que desde hace dos siglos es la capital espiritual de la región andina. Me es grato rendir homenaje a las nobles tradiciones cristianas de esta comarca, y reconocer los grandes méritos que el clero y los fieles de esta arquidiócesis han adquirido en la difusión de la fe. En efecto, sé que esta Iglesia es fuente de numerosas vocaciones sacerdotales y religiosas, que hoy trabajan incluso en otras partes de Venezuela. De estas Comunidades andinas puede decirse con razón que constituyen en cierto modo la «reserva espiritual» de la Nación” …
Palabras de mucho compromiso. ¿Por qué? Porque no se es reservorio de fe únicamente porque se tengan tradiciones religiosas o porque sea el Estado que más proyecta sobre el país distintas devociones populares, por ejemplo, la paradura del niño que es única prácticamente en esta zona. No es solamente eso, sino que Mérida sea reservorio de nuestra fe implica también que haya un compromiso vivo del Evangelio en nuestras comunidades, en nuestras parroquias, en nuestros grupos de apostolados. Que los merideños, que todos nosotros estructuremos nuestra vida conforme a los valores del Evangelio, eso es lo que da garantía a un reservorio auténtico de fe y eso lo vamos logrando poco a poco en la medida en que el Evangelio vaya haciendo en nosotros un proceso dinámico de conversión, en los que va aflorando unos valores que muestren que el reino de Dios no es una utopía, sino que el reino de Dios es una realidad desafiante y comprometedora para todos nosotros.
Nos toca ahora no echar en saco roto las enseñanzas de San Juan Pablo II, la semilla sembrada hace cuarenta años hoy deja cosecha abundante de vocaciones sacerdotales y laicales al servicio del Reino.
Dicha conmemoración coincide con la celebración del jubileo universal de la esperanza, en medio de una realidad universal convulsa y desafiante. Los cristianos, hombres y mujeres, de esta patria, estamos llamados a poner la mirada en el peregrino de la esperanza, el Papa Wojtyla, para que siguiendo su ejemplo podamos mirar al futuro con mente abierta, corazón confiado y amplitud de corazón, intentando aportar cada uno con su trabajo y esfuerzo un clima de esperanza y confianza en el otro, para recuperar la fraternidad universal y la solidaridad con los más pobres y excluidos de la sociedad.
Que el Papa Magno Juan Pablo II nos siga convocando a caminar juntos en la construcción de la civilización del amor.