Comunicaciones ArquiMérida

ORAR CON LA PALABRA REFLEXION EN EL VIII DOMINGO ORDINARIO -ciclo c-

Palabra

Pbro. Cándido Contreras

Cerrando esta primera etapa del llamado Tiempo Ordinario, en la vida litúrgica de nuestra iglesia, se nos presentan otras sentencias del denominado “Sermón de la llanura”. Partiendo de las bienaventuranzas, el evangelista Lucas al igual que el evangelista Mateo, nos trasmiten, en un apretado resumen, diversas enseñanzas del Señor Jesús.

Muchos de nosotros, por muy diversas razones, creemos que ya lo sabemos todo sobre Dios, sobre su amor, sobre su Palabra, etc.; muchos creemos, sin mala fe, estar más allá del bien y del mal, con la autoridad suficiente para convertirnos en jueces de nuestros semejantes.

Ya en las primeras comunidades sentían la necesidad de corregirse mutuamente, pero algunos lo hacían de mala manera, creyéndose superiores a los demás, sin tener en cuenta las propias limitaciones y las equivocaciones que cometían.

Hoy la primera lectura, tomada del libro del Eclesiástico, nos recuerda que nuestro hablar es producto de lo que tenemos en el corazón; el Señor, en el texto que hoy meditamos, repetirá la misma sentencia. Como creyentes estamos llamados a alimentar nuestro espíritu con la Palabra de Dios que siempre nos llevará por el camino del bien y, como nos lo enseñaba el domingo pasado, “a tratar a los demás como queremos ser tratados por ellos”.

En todas las religiones, y el cristianismo no es la excepción, se corre el peligro de disociar la vida de las palabras; muchos podemos caer en la tentación de conformarnos con cumplir normas, ritos, plegarias, pero sin hacer referencia al buen trato que debemos brindar a los demás. En este aspecto, el saber corregir al hermano es una gran responsabilidad y no se puede hacer a la ligera para evitar ser “ciegos que conducen a otros ciegos”. 

En todas las comunidades cristianas hay personas que, siguiendo otros caminos, dan buenos frutos; si hacemos el esfuerzo por ver lo bueno que hay en los demás nuestro corazón estará en paz. Si por el contrario estamos prestos a fijarnos en los errores, equivocaciones, limitaciones, de nuestros semejantes, el corazón se nos llenará de amargura y la mente no encontrará paz.

San Pablo, hablando del hecho de la resurrección, nos dice que “el aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado, es la ley”. El apóstol se refiere al legalismo religioso que algunos querían implantar en las comunidades cristianas, siguiendo el ejemplo de muchos fariseos; éstos se contentaban con solo cumplir unos preceptos, juzgando como grandes pecadores a quienes no seguían su ejemplo.

Estamos llamados a participar de la victoria que nos ha traído el Señor Jesucristo quien nos invita a no juzgar y a no condenar a nadie. Es una victoria no fácil de lograr, pero vale la pena hacer cada día el esfuerzo.

Hoy el Señor nos invita a sabernos discípulos, siempre en camino, y árboles llamados a dar buenos frutos. Sin caer en escrúpulos, nos podemos examinar qué hay dentro de nuestra mente, dentro de nuestro corazón y que luego expresamos con las palabras y la conducta. Las cosas que debemos cambiar, con la ayuda del Señor lo podremos hacer; lo bueno que hay debemos cultivarlo, alimentarlo, cuidarlo para que los frutos que produzcamos sean los que el Señor quiere.

ORACION EN EL VIII DOMINGO ORDINARIO -ciclo c-

Señor Jesucristo,
Árbol divino de excelentes frutos,
Maestro de la vida y la verdad,
auténtico Guía que nos conduce
por el camino de la libertad y de la paz.

Tus enseñanzas nos traen felicidad
porque son para la vida diaria
y no solo para aparentar religiosidad.
Nos enseñas a reconocernos limitados
no para frustrarnos
sino para buscar la superación
tratando siempre bien a los demás.

Ayúdanos, oh Señor y Maestro,
a vivir siempre como tus discípulos.
Que tu Santo Espíritu nos ilumine
para saber cultivar nuestras cualidades
y dar el fruto que esperas de nosotros. Amén.