Pbro. Cándido Contreras
El Papa Francisco, como en años anteriores, dirigió a toda la Iglesia católica su mensaje anual al inicio de la cuaresma. En dicho mensaje afirma lo siguiente: “La Iglesia, madre y maestra, nos invita a preparar nuestros corazones y a abrirnos a la gracia de Dios para poder celebrar con gran alegría el triunfo pascual de Cristo, el Señor, sobre el pecado y la muerte, como exclamaba san Pablo: «La muerte ha sido vencida. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón?» (1 Co 15,54-55). Jesucristo, muerto y resucitado es, en efecto, el centro de nuestra fe y el garante de nuestra esperanza en la gran promesa del Padre: la vida eterna, que ya realizó en Él, su Hijo amado (cf. Jn 10,28; 17,3)”. Este triunfo total de Cristo sobre el maligno, sus obras y seducciones, es pregustado por tres de sus apóstoles en el acontecimiento de la Transfiguración.
Dicho misterio es constatado por los evangelios llamados sinópticos, sin darnos otra explicación. El evangelista Lucas afirma que los apóstoles guardaron silencio por un tiempo por propia iniciativa; los evangelistas Marcos y Mateo atribuyen el silencio a un mandato expreso del Señor Jesús. Como todos los misterios de nuestra fe, la Transfiguración acontece en nuestra historia, pero va más allá de ella. Es una experiencia mística por medio de la cual el Maestro les revela a los apóstoles escogidos algo de su realidad divina. Silencio y mística van siempre de la mano; sólo quien hace silencio puede vivir la mística del amor de Dios.
Muchos escritores cristianos, a lo largo de los siglos, han dado y siguen dando, diversas explicaciones a este hecho que sigue siendo novedoso. Pero nuestra fe, esperanza y caridad, van más allá de las explicaciones racionales; la Transfiguración es una garantía de la realidad celestial que todos esperamos vivir a plenitud. La muerte es vencida por la vida para entrar en una existencia que no tiene final; no dejaremos de ser nosotros mismos, sino que viviremos nuestra realidad personal, pero sin limitaciones del tiempo y del espacio. Moisés y Elías son una garantía de ello pues viven para siempre.
Por otra parte, la exclamación de Pedro “¡Maestro, qué bien estamos aquí!” nos hace pensar en una experiencia gozosa de fiesta; algunos escritores afirman que puede estar haciendo referencia a la fiesta religiosa de los “chozas”, fiesta de fraternidad, fiesta de compartir con los demás los éxitos de la cosecha. La eternidad no será una disolución en lo etéreo sino un gozo de relacionarnos con nuestros semejantes desde la bondad, la ternura y el ver solo lo bueno que hay en los demás.
En el misterio de la Transfiguración sentimos el llamado, como lo insiste el Papa Francisco en su mensaje cuaresmal de este año, a caminar el uno junto al otro: “Caminar juntos significa ser artesanos de unidad, partiendo de la dignidad común de hijos de Dios (cf. Ga 3,26-28); significa caminar codo a codo, sin pisotear o dominar al otro, sin albergar envidia o hipocresía, sin dejar que nadie se quede atrás o se sienta excluido. Vamos en la misma dirección, hacia la misma meta, escuchándonos los unos a los otros con amor y paciencia”.
Por otra parte, nuestra experiencia de fe, esperanza y caridad, está garantizada por el amor de Dios quien se ha comprometido a mantener su alianza con nosotros, como lo hizo con nuestro padre Abraham; Dios, en su misterio, se ha comprometido a estar siempre con nosotros. Él nos hace entrar en la nube de su misericordia amorosa y nos invita a no dejar de escuchar a su amado Hijo en quien somos salvados y redimidos. Nuestro Dios no es el que condena y castiga sino el que comprende, perdona y ama.
ORACION EN EL II DOMINGO DE CUARESMA -ciclo c-
Señor nuestro Jesucristo, Divino Transfigurado,
siguiendo la voz del Padre Dios
y guiados por el Espíritu Santo,
queremos escucharte siempre
y fortalecidos por un silencio adorante
obedecerte siempre
pues “solo Tú tienes palabras de vida eterna”.
Divino Transfigurado,
¡qué bien se está contigo y con los hermanos!
¡qué bien poder construir una humanidad
donde brille la justicia, la paz y la solidaridad!
¡qué bien poder comprendernos y perdonarnos!
¡qué bien es saber guardar silencio
para luego hablar y dar testimonio de tu amor!
Señor nuestro Jesucristo, Divino Transfigurado,
haz que perdamos el miedo a seguir tu llamado.
Danos el valor para seguirte,
escuchándote siempre,
y sirviendo con alegría a los demás.
Danos la gracia de hacer de nuestra tierra
un lugar fraterno y ameno,
anticipo del cielo, donde viviremos contigo,
con el Padre y el Espíritu Santo,
y junto a nuestros seres amados
por los siglos de los siglos. Amén.