Comunicaciones ArquiMérida

Desde mi Parroquia: El desafío de los arciprestazgos en la Arquidiócesis de Mérida

Padre Edduar Molina Escalona

La palabra arcipreste, viene de dos compuestos, “archí”: ser primero y el “presby”: anciano, o presbítero, ser el primero entre los presbíteros. Al estilo del Evangelio de Jesús, “el que quiera ser el primero entre ustedes, que se haga el servidor de todos” (Mt 20, 27-29). Por tanto, arciprestazgo, refiere a “la agrupación de varias parroquias cercanas entre sí, que tiene carácter potestativo para el Obispo. También se denomina vicariato foráneo o decanato. “Para facilitar la cura pastoral mediante una actividad común, varias parroquias cercanas entre sí pueden constituirse en grupos peculiares, como los arciprestazgos” (CIC, c. 374 § 2).

Su historia se remonta a partir del siglo IV cuando van surgiendo comunidades cristianas fuera de la ciudad en la que residía el Obispo. En un primer momento, dichas comunidades eran asistidas por sacerdotes que vivían en la capital de la Diócesis, con gran ardor misionero se desplazaban periódicamente por todos sus territorios, aunque no tardaron en establecerse en ellas. De todas formas, dado que su misión era principalmente catequizar, bautizar y distribuir la eucaristía, en los inicios eran diáconos quienes estaban al frente de estas comunidades. Poco a poco, estas comunidades cristianas se transforman en centros de gran vitalidad misionera y aparece, como encargado de las mismas, un sacerdote que dirige la actividad pastoral y recibe el nombre de Arcipreste, llamado también Vicario foráneo o rural, por presidir en nombre del Obispo un Presbiterio fuera de la ciudad en la que residía el Obispo y que era la capital de la Diócesis. La misión del Arcipreste consistía, por tanto, en ser lazo de unión entre el Obispo y el clero rural y su labor era claramente pastoral y misionera.

En nuestra Arquidiócesis, movidos por el impulso misionero de la sinodalidad y con miras a favorecer el desarrollo del plan pastoral, ha tenido a bien nuestro Arzobispo Monseñor Helizandro Terán, constituir un total de nueve (9) arciprestazgos, convirtiendo las siete zonas pastorales existentes en esta nueva configuración eclesial de participación y comunión: El Páramo además de conformar dos nuevos, de la zona de Ejido, surge ahora el arciprestazgo de Lagunillas, que llega hasta la Azulita, y en los pueblos del Sur, en el Arciprestazgo Sur Alto que va desde El Molino hasta Guaraque. Y el Sur Bajo, conformado por las Parroquias de Canaguá, Chacantá, Mucuchachí y Mucutuy. Además de agregar Aricagua al Arciprestazgo de la Cuenca del Chama, dada su cercanía geográfica y poblacional. Es la propia experiencia de caminar juntos, que en palabras del Papa Francisco nos enseña a desechar la idea de una Iglesia cerrada y estática para entender que la Iglesia somos todos y que cada uno está llamado a edificarla.

El arciprestazgo no es sólo un espacio de sacerdotes y religiosos, es una plataforma de encuentro, de reunión, de comunión de todos, de teología del encuentro. Su primer objetivo es fomentar la fraternidad sacerdotal, ofreciendo espacios para el compartir fraterno, para preocuparnos unos de otros, ayudarnos, ilusionarnos juntos.

Otro aspecto, es el misional, el arciprestazgo no es un lugar de diálogos únicamente, de debates o de suspiros-lamentos. Es una plataforma que nos debe ayudar a evangelizar mejor, a pensar juntos formas y maneras de salir, de anunciar, de estar presentes, de unir fuerzas y personas, de soñar.  Juntos tenemos que conocer la realidad que vivimos, amarla y asumirla. Y sentirnos enviados a ella con todos nuestros agentes, como Iglesia, con el protagonismo de los laicos. En ese sentido, hemos de ser operativos, audaces.

Este nuevo estilo de vivir como Iglesia arciprestal nos invita a desarrollar con mayor empeño la creatividad pastoral, ante la realidad a la que somos enviados no podemos hacer “siempre lo mismo”. El arciprestazgo puede ser un lugar precioso para dinamizar, promover, soñar nuevas actividades e iniciativas que en nuestras parroquias solos no podemos hacer. Nos falta parresía evangélica. Hemos de equilibrar las diferentes dimensiones de la evangelización: la liturgia, la koinonia, la martiria y la diaconía.

Por último, el compromiso, no podemos quedarnos sólo con buenas palabras. Estamos llamados todos a involucrarnos, a trabajar y comprometernos en una pastoral de conjunto. Todos debemos participar. Para caminar como Iglesia Arquidiocesana, en renovación fiel y constante a Jesucristo, es importante la figura del arcipreste y del arciprestazgo como servicio pastoral diocesano cualificado, impulsores de comunión y de fraternidades y favorecedores de una acción pastoral de conjunto.

Contar en nuestra Arquidiócesis con la gracia del arciprestazgo es una invitación a amarla y trabajar más por ella, animando las parroquias para que por la fuerza del Espíritu de Vida sean renovadas, revitalizadas y muestren el nuevo rostro de una Iglesia misionera, en salida, samaritana y abierta al encuentro con todos los alejados.