Pbro. Cándido Contreras
Las primeras palabras del Papa León al aceptar públicamente la misión que, por medio de los Cardenales, el Espíritu Santo le encomendaba de presidir a los mil cuatrocientos millones de católicos en la fe y en la caridad, fueron la: “Paz esté con ustedes”. Como discípulo y servidor del Resucitado, repitió el saludo del Maestro a sus primeros discípulos quienes, llenos de miedo, estaban encerrados en una habitación sin saber qué hacer luego de la crucifixión de su Señor y Maestro. Luego de más de dos mil años el Resucitado, en diversas oportunidades, pero, sobre todo, para los católicos, en la eucaristía, a todos nos dice: “La paz esté con ustedes”.
Nuestros hermanos mayores en la fe, el pueblo judío, saludaba y sigue saludando deseando la paz; nuestros hermanos que siguen la religión musulmana y que hablan el idioma árabe, saludan de forma similar. Bien podríamos decir que el regalo que más necesitamos y que, aún de forma inconsciente, queremos es que todos tengan paz. Según los estudiosos, la palabra “Shalom”, paz, en hebreo significa plenitud; se le desea a la otra persona el bienestar físico, psíquico, espiritual y emocional.
El fragmento del evangelio, que hoy saboreamos en nuestra liturgia, nos habla en primer lugar de que al aceptar como norma de nuestra vida la Palabra de Dios, la realidad divina, en su misterio trinitario, habitará en nosotros de forma muy particular. Pero no solo eso; a medida que vamos desarrollando nuestra vida, el Espíritu Santo nos hará profundizar en nuestra realidad como “imágenes y semejanza de Dios”; irá desplegando en cada uno de nosotros las capacidades particulares para ser felices, haciendo felices a los demás.
Si contemplamos, aunque sea en breves momentos, el maravilloso cosmos obra de las “manos divinas” con el salmista exclamamos “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?” ; pero al mismo tiempo ¿Cómo es posible que el Creador Omnipotente pueda vivir totalmente en esas partículas materiales que somos nosotros? Es el Espíritu Santo el que nos enseña esa verdad incomprensible a nuestro intelecto, pero aceptada en la inmensidad de nuestro afecto y sentimiento. Es allí donde reside y crece la paz que nos trae el Señor.
No podemos negar que somos seres frágiles y limitados; esto lleva consigo que no seamos del todo conscientes de la gran dignidad que tenemos; por otra parte, las situaciones dolorosas, físicas, psíquicas, sociales y espirituales, nos hacen perder la paz; muchas veces nos sentimos mal y muy mal; a veces tan mal que dudamos de la existencia de Dios, de su bondad, su cariño, su poder, su misericordia, en fin, de su divinidad. Por eso la invitación del Maestro a que no nos inquietemos, ni tengamos temor. ¡Qué difícil se nos hace practicar este consejo del Maestro! Pequeños y grandes acontecimientos nos llenan de temor y nos quitan la paz.
Los pastores que el Señor ha puesto al frente de su rebaño, no cesan de repetirnos las palabras del Maestro; lo hacen no solo por repetir unas fórmulas antiquísimas y rituales; pienso que lo hacen porque los primeros que se saben necesitados de la paz del Maestro, son ellos mismos. Las agresiones verbales, sobre todo a través de las redes sociales y los medios de comunicación, que reciben a diario, descalificándoles y exigiéndoles lo que sus agresores no viven, les debe doler; constatar que sus llamados a la paz social caen en saco roto; que los feligreses a veces cumplimos con los ritos, pero no somos congruentes en la vida, supongo que los hacen sufrir, llorar, y con deseo de decir “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador” (Lc 5,8 ). El Señor les dice lo mismo que a Pedro: “No temas”… No dejemos de orar por nuestros pastores y los unos por los otros.
ORACION EN EL VI DOMINGO DE PASCUA -ciclo c-
Señor Jesucristo, Crucificado y Resucitado,
Paz Divina hecha persona humana y divina,
hoy queremos abrir nuestra mente y corazón
para que la Paz que eres y la Paz que nos deseas
sean una realidad diaria en nuestras agitadas vidas.
Las enfermedades y dolores físicos,
los desequilibrios mentales y psíquicos,
las angustias económicas, políticas y sociales,
los desencuentros familiares y vecinales,
las injusticias, la violencia y la corrupción,
los abusos de toda clase,
la falta de coherencia de los creyentes,
y otros muchas otras realidades,
nos quitan la paz del cuerpo, la mente y el alma.
Nos sentimos llenos de miedo, angustia,
desesperanza, desilusión y pesimismo.
Como tus primeros discípulos
estamos encerrados por miedo a todos y a todo.
Hoy te pedimos, oh Señor y Maestro,
danos tu Paz,
la paz que el mundo no puede dar.
Danos certeza en la mente y el corazón
que Tú, con el Padre y el Espíritu,
viven en nosotros y con nosotros.
Danos la seguridad que tu bendición
permanece siempre con nosotros. Amén.