Pbro. Dr. Ramón Paredes. pbroparedes3@gmail.com
El tema del domingo
Hoy celebramos el don que, para los creyentes en Cristo, es «la ley del Espíritu» (Rom 8,2). El día de Pentecostés -en hebreo, Shavuōt /Semanas (siete semanas después de la Pascua), Israel conmemoró el don más precioso que Dios había dado a su pueblo: la Torá, que da vida al ser humano que la pone en práctica. Así como para Israel la Torá es el camino hacia la comunión con Dios y la libertad, para los creyentes en Cristo el Espíritu es la vida, que nos libera de la ley del pecado y de la muerte para revivirnos en Dios. Y, así como para Israel Shavuōt era la fiesta de las primicias y del nuevo mundo que brotaba de las cenizas del viejo, así la venida del Espíritu sobre la primitiva comunidad cristiana es el origen de un nuevo camino, a la luz del Resucitado. Un camino de libertad, que se abre a los hombres y a los pueblos de toda raza y lengua, para hacer de ellos una sola familia: la familia de Dios.
El Evangelio: Jn 14,15-16.23b-26
La sugerente yuxtaposición de Espíritu y Amor, tomada del capítulo 14 de Juan, nos lleva a reflexionar sobre otro de los aspectos fundamentales de la acción del Espíritu en la comunidad cristiana.
Una de las funciones del Paráclito (aquél que –llamado– se pone al lado), dice Juan, es «enseñar y recordar todo lo que Jesús dijo». No es difícil discernir aquí la función de la hermenéutica que en la sociedad judía de la época se entendía como la interpretación auténtica de la Escritura.
Es el papel que desempeñaba, por ejemplo, el «maestro de justicia» en la comunidad de Qumrán. Pero el Espíritu tiene una tarea muy distinta de la del maestro de Qumrán, porque el Espíritu es enviado por el Padre -como Jesús- y su condición de Paráclito le permitirá permanecer con los discípulos, para siempre. De esta intimidad mutua nace la novedad cristiana: la ley para el cristiano ya no es externa, sino interna, y se llama Espíritu Santo. Es él quien es la clave hermenéutica de la Escritura y de los acontecimientos de la historia; es él quien ofrece la clave de la interpretación auténtica de la vida.
Gracias al Espíritu, el cristiano no está alejado de la ley, sino que es señor de la ley; gracias al Espíritu, ninguna ley humana volverá a ser reconocida como sagrada, intangible, absoluta, porque el cristiano sabe que la historia humana es un cementerio de costumbres y normas que los hombres consideraron excelentes en otro tiempo y luego sustituyeron por otras consideradas mejores.
Gracias al Espíritu, el cristiano no vivirá según la ley de la competencia, sino según la ley del amor: «Todos somos seres que competimos. Queremos dejar huella en la vida, queremos destacar. De un modo muy sutil, sin quererlo y sin darnos cuenta, competimos constantemente con los demás. Nos comparamos constantemente… Incluso cuando nos dedicamos a un servicio, sea el que sea, nos preguntamos si este servicio supera al de los demás… Nos pasamos el tiempo preguntándonos quiénes somos en relación con los demás, de modo que nunca admitimos plenamente que somos semejantes y que es necesario renunciar a esta diferencia para ir hacia donde somos débiles junto con los demás» (Nouwen).
Vivir en un estado de perpetua competencia es decir que somos esclavos de la ley y que no estamos habitados por el Espíritu. Decir que nuestra ley es el Espíritu, es decir, el amor, es reconocer que el camino que Dios ha tomado no es el deseado por el ser humano: Dios no compitió con nosotros, sino que quiso un amor responsable, libre y creador. «Hoy ya no es tiempo de pensar en un Dios contra el hombre, como a veces ha estado tentada de hacer la Iglesia, ni de pensar en el hombre contra Dios, como estuvieron tentados de hacer los grandes rebeldes, los grandes ateos de la Europa moderna. Abrirse al tiempo del Espíritu es abrirse a la plenitud en la que lo divino y lo humano se complementan sin confusión ni separación. La tarea de la Iglesia, en este tiempo en el que Pentecostés se intensifica, es crear en el mundo hombres libres, responsables, creativos, capaces de responder a la espera y al anhelo de Dios con un amor capaz de iluminar toda la vida» (O. Clément). Que ésta sea la alegría de Pentecostés.
Dia del Seminario
En este día tan especial, quiero expresar mi reconocimiento y gratitud por la invaluable labor que desempeñan todos ustedes en la formación de los futuros sacerdotes. Su entrega, dedicación, testimonio y amor por el Seminario son un reflejo vivo del Espíritu Santo, quien guía sus corazones en esta misión tan noble.
Hoy, en la celebración del Día del Seminario y la Solemnidad de Pentecostés, elevo mi oración por todos, para que el Espíritu de Dios les siga iluminando y fortaleciendo en su labor. Que su testimonio de fe y compromiso con el Seminario siga inspirando a quienes tienen el llamado de servir al Señor y a su Iglesia.
¡Gracias por ser luz y guía en el camino de la vocación sacerdotal! Que San Buenaventura bendiga al equipo formador que trabaja en este Seminario y el Espíritu Santo nos renueve en su sabiduría y amor.
Con aprecio y gratitud.
08/06/25