Comunicaciones ArquiMérida

MEDITEMOS LA PALABRA DE DIOS: EN LA SOLEMNIDAD DE LA TRINIDAD, 15 de junio de 2025

Pbro. Dr. Ramón Paredes / pbroparedes3@gmail.com

El tema del domingo

Trinidad y Amor son un solo misterio. No pueden existir por separado. Como el Amor, la Trinidad es un misterio trascendente pero cercano; oculto pero revestido de luz deslumbrante; fuerza extrema pero discreta; causa vértigo pero cura… Un Dios inaccesible y personal, que puede ser conocido y amado como Padre, Hijo y Espíritu.

El Evangelio: Jn 16,12-15

Se ha dicho que el hombre contemporáneo no ama el misterio, porque ve en él un límite a su deseo de poder y posesión. Pero, sin misterio, nada es posible: ni el encuentro con Dios, ni el diálogo con los seres humanos, ni la relación con el universo. La recuperación de la distancia es el primer paso hacia la comunión, porque comunión y encuentro nunca se confunden.

Y, sin embargo, la misma Palabra que expresa el misterio dice también cercanía, diálogo y relación: al crear el universo mediante su Palabra, Dios quiso establecer una relación de intimidad y emprender un camino de salvación. Esta relación de intimidad se llama Espíritu Santo. Gracias a él, el «Espíritu de la verdad», el hombre será guiado para penetrar en el misterio de Dios y en el misterio del mundo, porque «guiará hasta la verdad completa, porque no hablará por su cuenta, sino que dirá todo lo que ha oído y anunciará lo que ha de venir» (Jn 16,13).

Sobre estas premisas se basa la espera y la realización de una «nueva creación», obra de Dios, como la primera, pero aún más extraordinaria, porque será el cumplimiento de aquélla: «Porque yo creo cielos nuevos y tierra nueva; ya no se recordará el pasado, ni volverá a la memoria. Sí, alégrense y regocíjense siempre, ustedes a quienes he creado, porque he aquí que yo creo a Jerusalén ‘alegría’ y a su pueblo ‘gozo’… Ya no habrá llanto ni clamor, ni recién nacido que viva pocos días, ni anciano que no llegue a la plenitud de sus días…». (Is 65,17-19). De esta nueva creación Jesús es la primicia porque en él se complació el Padre «en reconciliar todas las cosas, reconciliando mediante la sangre de su cruz… tanto lo que está en la tierra como lo que está en los cielos» (Col 1,20). Esta gran visión de la redención cósmica proporciona al creyente un fundamento seguro en el que apoyarse porque, si Dios ha puesto la reconciliación y la paz «en él», nada ni nadie podrá afectarnos. En Cristo Jesús, Dios ha dicho su «sí» total y definitivo a la historia de la creación, de las personas y de los pueblos. En Cristo Jesús, Dios se ha dignado amar a «este» mundo y a «este» ser humano que a veces nos parece indigno.

En efecto, cuando Dios ha dado su «sí», toda criatura es digna de ser acogida y ninguna vida es indigna de ser vivida. Tras el ‘sí’ de Dios, los gemidos de la creación, del hombre y del Espíritu (cf. Rm 8) no son los jadeos de un moribundo, sino los dolores de una parturienta, que espera con impaciencia el nacimiento de «un cielo nuevo y una tierra nueva…, la ciudad santa, la nueva Jerusalén…», donde Dios «enjugará toda lágrima de sus ojos», y donde «ya no habrá muerte, ni habrá luto, ni llanto, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron» (Ap 21, 1-4). Esta «nueva Jerusalén», liberada de la sangre y la maldad que aún la habitan, es un don de Dios, pero también la tarea de cada mujer y cada hombre que vive en la tierra.