En medio de escombros y lágrimas, la fe sigue siendo el pilar fundamental. En Apartaderos, una de las zonas más afectadas por la devastación causada por las lluvias del 24 de junio, la Iglesia no solo ha extendido su mano solidaria: ha levantado altares, ha fortalecido la esperanza, y ha recordado que cuando todo tiembla, Dios permanece ahí, con nosotros, llevándonos de la mano
Prensa Arquidiócesis de Mérida
(12-07-2025) El pasado 24 de junio, las lluvias que azotaron al estado Mérida dejaron huellas profundas en el corazón de sus habitantes. Los ríos Chama, Motatán y Santo Domingo, desbordados por la fuerza de la naturaleza, arrastraron viviendas, negocios, cultivos y sueños.

Ese día, Apartaderos, uno de los pueblos más emblemáticos del páramo andino, se convirtió en símbolo del dolor, pero también de la resistencia de sus habitantes. Decenas de casas y negocios destruidos o anegados, carreteras afectadas y pérdidas agrícolas incalculables.
La iglesia, un refugio espiritual en medio de la tormenta
Desde el primer momento, la Iglesia merideña se hizo presente. Bajo el liderazgo de Monseñor Helizandro Terán, Arzobispo Metropolitano de Mérida, el clero activó una red de solidaridad a través de Cáritas Arquidiocesana, transformando parroquias en centros de acopio y consuelo. La fe no se replegó ante la tragedia; por el contrario, se convirtió en refugio espiritual y en motor de acción concreta.

Este 12 de julio, en medio de la incertidumbre y el temor por nuevas precipitaciones, pero en un ambiente cargado de esperanza, se celebró en Apartaderos una emotiva misa de gratitud por la solidaridad que, al igual que los ríos, se desbordó tras la tragedia.
Monseñor Terán presidió la eucaristía acompañado por el presbítero Guzmán Contreras, sacerdote de esta zona donde el río Chama dejó su huella más devastadora.
Además, estuvieron presentes los padres Carlos Zambrano, director de Cáritas Mérida; Edduar Molina, vicario de Pastoral; Duglas Briceño, vicario de Comunicaciones; Abdón Araque, de la parroquia Santa Lucía de Mucuchíes, y el diácono permanente Ricardo Moreno.

El altar, ubicado frente a la escuela Gilberto Benítez, se convirtió en un espacio sagrado de encuentro, donde la feligresía, aún con lágrimas en los ojos por los momentos de angustia vividos, reafirmó su fe y su esperanza.
«Dios no abandona»
El mensaje fue claro: “Dios no abandona a su pueblo, y la Iglesia tampoco”.
Durante la homilía, el arzobispo recordó que la fe no es evasión, sino fortaleza. “Aunque el agua haya arrasado con lo material, no podrá arrasar con el amor que nos une como comunidad”, expresó. La misa fue acompañada por cantos, oraciones y gestos de fraternidad que conmovieron a todos los presentes.

Monseñor Terán recordó con profundo sentimiento que, aunque la naturaleza actúa según sus propias leyes, el amor de Dios permanece firme, cercano, y nunca abandona a sus hijos.
“Pudo haber sido peor (…) pudo haber pérdidas humanas (…) pero gracias a Dios, no fue así”, expresó con voz firme y mirada serena.
“El Señor no está del lado del dolor ni de la tragedia. Él no ajusta cuentas; él sostiene. Y por eso estamos aquí, para agradecerle por su presencia entre nosotros, y por habernos impulsado a unirnos como hermanos más allá de cualquier diferencia», afirmó el arzobispo, a la vez que destacó el espíritu de fraternidad y reconstrucción que ha brotado en medio del dolor.

“Hoy les decimos con el corazón en la mano que no están solos. La Iglesia, la sociedad merideña, los voluntarios, los entes oficiales, todos estamos aquí, con ustedes, para seguir trabajando, reconstruyendo y acompañando”, añadió.
La presencia del clero en las zonas afectadas ha sido constante. Sacerdotes, religiosas y voluntarios han recorrido caminos bloqueados, han escuchado testimonios desgarradores y han llevado palabras de consuelo y alimentos a quienes más lo necesitan.
Una misa viva y cercana
Las lecturas y la oración de los fieles fueron proclamadas por personas afectadas por las lluvias, como signo de esperanza y dignidad compartida; mientras que la música estuvo a cargo del equipo de Cáritas, con notas suaves de alabanza y armonías alabando a Dios.

El padre Carlos Zambrano ofreció un espacio de reflexión y adoración en el que se palpaba el agradecimiento del pueblo hacia Dios, incluso en medio de la pérdida. Durante este momento de reflexión, las personas presentes elevaron sus manos, guiados por la oración y la música, dando gracias a Dios. En medio de la alabanza, las lágrimas no faltaron.
Antes de la bendición final, Monseñor Terán elevó una oración especial por los cultivos, por los hogares afectados, por los voluntarios, por los cuerpos de rescate y por todos aquellos que, con manos generosas, han tendido puentes de ayuda y consuelo.

«Es tiempo de sentirnos hermanos, hijos de un mismo Padre. De reconstruir no solo casas, sino también la esperanza. Porque donde hay amor, ahí está Dios», concluyó el arzobispo de Mérida.
Hoy, la iglesia merideña es muestra de que cuando el miedo amenaza con paralizar, ella se mantiene firme, recordando que la fe no solo mueve montañas, también reconstruye comunidades. Y en Mérida, esa fe sigue viva, encendida como una vela que resiste en medio de la tormenta.
