Padre Edduar Molina
En el día en que los párrocos celebramos nuestro santo Patrono, San Juan María Bautista María Vianney, la Diócesis hermana de San Cristóbal informó la triste noticia de la partida a la Casa del Padre de su Obispo Emérito, Monseñor Mario del Valle Moronta Rodríguez, maestro y compañero cercano de quienes tenemos la gran misión de la cura de almas en estas montañas andinas.
Había nacido en la Caracas de los techos rojos, el 10 de febrero de 1949, en medio de un hogar de grandes valores de fe, muy joven descubrió la semilla de su vocación y realizó su proceso formativo en el Seminario Santa Rosa de Lima. De seminarista recuerdo al entonces obispo Moronta auxiliar de Caracas de visita a nuestro seminario San Buenaventura de Mérida, por su cercanía y trato afable, con sus jocosas anécdotas de su tiempo de seminario y su corazón agradecido con sus formadores, nuestros padres eudistas.
Recibió su ordenación sacerdotal el 19 de abril de 1975, incardinándose en Los Teques, donde prestó sus primeros servicios eclesiales, medio siglo de total consagración a su amada Iglesia venezolana, de liderazgo social y promoción de la dignidad humana.
En Roma se había especializado en Teología Bíblica, lo que le llevó a ser un auténtico misionero de la palabra, desde su cátedra como profesor del Seminario de Caracas, junto a sus muchas iniciativas y planes pastorales para hacer iluminar y acercarnos a la Buena Noticia. En una de sus homilías, con motivo del domingo de la Palabra, el 26 de enero de 2020 en la parroquia San Juan Bosco en Táriba dijo: “Cuando nos reunamos como familia en una comida o en cualquier actividad les invitó a leer un trozo de la Palabra de Dios”. Recordó también que “la Palabra de Dios no es para tenerla sólo en un lugar bonito, sino para leerla y leyéndola se coloque en práctica, así como lo hicieron los santos, pues ella es luz del mundo y nosotros estamos invitados a hacerlo también”.
El 27 de mayo de 1990, San Juan Pablo II lo llamó al orden de los obispos, con la titularidad de Obispo de Nova y auxiliar de Caracas, recibiendo su consagración episcopal de manos del recordado Cardenal José Alí Lebrún Moratinos y ejerciendo su ministerio episcopal desde 1990 hasta 1995, tiempos convulsos en el plano político, como el 4 de febrero de 1992, en los que Monseñor Mario se hizo voz profética y constructor de puentes de encuentro y paz. Sin dejar de mencionar sus servicios como secretario y vice-presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana.
A fines de 1995 la Santa Sede le pidió volver a su Iglesia local, Los Teques, esta vez como su tercer Obispo titular. Hasta que en 1999 fue designado como el quinto Obispo de la diócesis de San Cristóbal, a la que sirvió con pasión evangélica y compromiso misionero durante veinticinco fructíferos años. El sábado 14 de diciembre de 2024 entregó el báculo pastoral de Monseñor Tomás Antonio Sanmiguel, fundador de esta Iglesia local, a su sucesor y actual pastor Monseñor Lisandro Rivas, constituyéndose así en el segundo episcopado más largo de esta centenaria Iglesia andina, apenas superado por Monseñor Alejandro Fernández Feo, quien estuvo en la tierra del torbes por treinta y dos años.
La acción pastoral de Monseñor Mario del Valle no solo se mide por su prodigioso magisterio homilético, su manejo de las redes y sus libros, sino que también se reflejó en su cercanía a la gente sencilla, hombre de diálogo y entendimiento. Como Provincia de Mérida, de la mano de nuestro Metropolitano Monseñor Helizandro Terán, animó con verdadero espíritu sinodal la comunión y la participación evangelizadora de estas Iglesias andinas. Se esmeró en cuidar la vida y el ministerio de sus sacerdotes. En la solemnidad del Santo Cristo de la Grita del año 2016 hizo un llamado al clero a vivir nuestra vocación de pastores con olor a oveja con estas palabras: “Hoy en Venezuela y en nuestra región es necesario e irrenunciable dejar a un lado el clericalismo para ir al encuentro de todos, no buscar nuestras propias seguridades, sino sentirnos copartícipes de las alegrías y penas, gozos y esperanzas, angustias y problemas de nuestra gente. No hacerlo sería traicionar al Maestro quien nos llamó a ser sus servidores”. Palabras que puso en práctica “como obispo de frontera”, en la atención pastoral a los migrantes.
Su voz profética resonó como eco desde la montaña andina hasta lo más profundo de nuestra patria. El día de la Transfiguración de 2018, en La Grita nos dijo: “No podemos prescindir de Cristo si queremos salir de la crisis que golpea al país entero. Él nos da la luz de su Palabra y la fuerza de su Espíritu de amor, mientras nos desafía cuando nos recuerda que todo lo que se le haga a cualquiera de los más pequeños se le hace al mismo Señor”. Y en su última aparición en el Valle de La Grita, el año pasado 2024, nos recordó que “la paz no se impone con acuerdos, sino con el sentido de pertenencia del pueblo: trabajemos en ella sin mezquindades, haciéndola en nombre de Dios a través del amor y la verdad sin caer en extremismos”.
Gracias monseñor Mario por tus setenta y seis fecundos años de vida, enseñándonos tu testimonio como “servidor y testigo”, tu lema episcopal. Gracias por todo este tiempo de servicio a nuestra Iglesia que camina en lo alto de Venezuela, como signo de esperanza y fidelidad al Evangelio. Que la intercesión de Nuestra Señora de La Consolación lleve tu corazón cargado de buenas obras junto al rostro Sereno del Cristo Vivo que predicaste con valentía y el Cristo del Limoncito de la Catedral sancristobalense le otorgue la corona de gloria que no se marchita. Descansa en paz siervo bueno y fiel del Señor.