Departamento de Liturgia / Prensa Arquidiócesis de Mérida
La solemnidad de Todos los Santos, celebrada cada 1° de noviembre, es una de las festividades más luminosas del calendario litúrgico. En ella, la Iglesia eleva su mirada al cielo para reconocer la obra de Dios en tantos hombres y mujeres que, en distintas épocas y realidades, vivieron la fe con radicalidad y amor. En la Arquidiócesis de Mérida, la fecha se vive con hondura espiritual, esperanza y el testimonio alegre de un pueblo que no olvida que todos estamos llamados a la santidad.
La fiesta de Todos los Santos nos recuerda que la santidad no es un ideal inalcanzable, sino una vocación abierta a cada creyente. Desde los primeros siglos, la comunidad cristiana veneró a los mártires, aquellos que dieron la vida por confesar a Cristo. Sin embargo, la Iglesia comprendió pronto que la santidad también florece en lo ordinario: en las madres y padres que educan con amor, en los jóvenes que trabajan por un mundo mejor, en los ancianos que ofrecen su sufrimiento con fe, y en quienes, sin reconocimiento público, construyen el Reino de Dios desde lo sencillo.
Fue el papa Gregorio IVquien en el siglo IX estableció oficialmente el 1º de noviembre como fecha para esta solemnidad, extendiéndola a toda la cristiandad. Desde entonces, este día se ha convertido en una oportunidad para dar gracias por esa “nube inmensa de testigos” (Hb 12,1) que acompaña el caminar del pueblo de Dios. Los santos canonizados o anónimos son la memoria viva de que el Evangelio puede ser vivido plenamente, incluso en medio de las limitaciones humanas.
En la Arquidiócesis de Mérida, la jornada se vive con un profundo sentido comunitario. Parroquias y comunidades rurales organizan procesiones, eucaristías y encuentros de oración que resaltan el valor de la santidad cotidiana. Es tradición que los más pequeños se vistan de sus santos favoritos, como signo de esperanza y enseñanza catequética. Este gesto busca recordar que cada niño y joven está llamado a reflejar en su vida la luz de Cristo, siguiendo el ejemplo de los santos.
El Papa Francisco recordaba que la santidad es el rostro más bello de la Iglesia. En su exhortación Gaudete et Exsultate (2018), el pontífice invita a reconocer la santidad de la puerta de al lado, esa que se expresa en los gestos sencillos de quienes viven el Evangelio con autenticidad: me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente, en los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en los enfermos que siguen sonriendo, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo.
El Día de Todos los Santos, es ocasión también de una preparación espiritualmente para todos los bautizados en vivir el día siguiente la Conmemoración de los Fieles Difuntos. Ambas fechas forman una unidad de fe y esperanza: mientras honramos a quienes ya alcanzaron la gloria, rezamos por quienes aún están en proceso de purificación. Esta doble mirada expresa la comunión de la Iglesia en sus tres dimensiones: la Iglesia gloriosa, la purgante y la peregrina.
Este año, la celebración adquiere un significado aún más especial para el pueblo venezolano, que vivió con gozo la reciente canonización del doctor José Gregorio Hernández Cisneros y de la madre Carmen Rendiles Martínez; los primeros santos de Venezuela. Ambos representan el rostro concreto de la santidad venezolana: José Gregorio, médico de los pobres y testimonio de fe y servicio; y la Madre Carmen, religiosa entregada al amor y la obediencia, fundadora de las Siervas de Jesús, cuya vida sencilla y orante refleja el espíritu del Evangelio. Su reconocimiento universal por la Iglesia no solo llena de orgullo espiritual al país, sino que fortalece la esperanza de un pueblo que ve en ellos ejemplos vivos de santidad posible y cercana.
La celebración de Todos los Santos no es solo una memoria del pasado, sino un impulso para el presente. Nos recuerda que cada cristiano, desde su realidad concreta, puede ser signo de amor y esperanza. Que la santidad se construye con pequeños gestos: una palabra amable, un perdón ofrecido, un servicio generoso, una oración silenciosa. Y que, en ese esfuerzo diario, Dios actúa, transforma y conduce hacia la plenitud.
En este día, la Arquidiócesis de Mérida invita a todos los fieles a mirar con gratitud el testimonio de los santos y a renovar el deseo de vivir según el Evangelio. Que su intercesión nos fortalezca para seguir caminando con fe, alegría y esperanza, hasta alcanzar, como ellos, la vida eterna.
“Sean santos, porque yo, el Señor su Dios, soy santo”
Levítico 19,2.