Comunicaciones ArquiMérida

ORAR CON LA PALABARA: REFLEXION EN EL VII DOMINGO ORDINARIO -ciclo c-

Palabra

Pbro. Cándido Contreras

En el marco del llamado sermón de la llanura trasmitido por el evangelista Lucas, paralelo con sus variantes propias del sermón de la montaña trasmitido por el evangelista Mateo, se presenta un resumen condensado de las enseñansas del Maestro que conducen al creyente cristiano a vivir  en la auténtica felicidad.  Son sentencias cortas, probablemente reunidas en forma de catequesis, para memorizarlas con facilidad pero que requieren autodisciplina para vivirlas diariamente.

La primera enseñanza, en forma de sentencia, es lo que caracteriza al auténtico cristianismo en todos los tiempos: el amor a los enemigos, expresado en hacerles el bien a quienes nos hacen el mal. Nuestra realidad, marcada por el pecado, nos lleva a querer responder a la violencia con la violencia. Dentro de la realidad familiar, aunque no lo queramos, encontramos diversas formas de castigo para vengar la ofensa real, o supuesta, que hemos recibido. Sabemos por experiencia que esos malos momentos son muy difíciles de asumir; el dolor que nos causan los demás, por sus equivocaciones, nos lleva a reaccionar de muchas formas. La violencia es la más común y la ejercemos de forma física, písiquica, afectiva, verbal y espiritual.

El Señor Jesús al proponernos la “no violencia activa”, incluyendo el orar por quienes nos maltratan, parece estar exigiéndonos algo inhumano. Es más fácil responder con violencia al violento, con maldad al que nos hace el mal y dar la espalda  a quien nos hace sufrir. El cristiano está llamado a transformar la sociedad ,dejando que el Espíritu de Dios haga su obra en cada persona.

Después somos invitados a asumir la segunda enseñanza “Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes. Esta corta sentencia que la encontramos formulada de forma negativa en el Antiguo Testamento: “No le hagas a otro lo que no quieres que te hagan” (Tobías 4,15); al parecer llegó a los textos sagrados a través de Grecia proveniente desde la India o de la China. Esto muestra cómo el Dios de la vida ha ido hablando, de diversas formas y maneras, en distintas partes del mundo y de la historia.

Lamentablemente son pocas las personas que siguen el consejo dado por el Señor. Hoy se habla en todas partes sobre la cultura del “Buen Trato”; es un ideal que hay que promover y mantener. En este año jubilar de la esperanza qué mejor ideal que tratarnos bien unos a otros, en todos los ámbitos. Es doloroso escuchar en el seno de las familias, en las distintas pastorales, entre los vecinos, etc., “estoy enojado y con mucha razón… por eso me estoy comportando de esta manera”, “la culpa la tiene la otra persona y lo único que merece es que la trate mal”. Fue la misma razón por la que llevamos a la muerte a nuestro Señor y Salvador; Él en vez de maldecirnos y castigarnos solo exclamó: “Padre, perdónalos, no saben lo que hacen”.

Por último tenemos la tercera parte de la enseñanza que acumula varias en sí misma; el Papa Francisco, en el Jubileo de la Misericordia del año 2016, indicaba que, ese ideal, era el camino a recorrer en ese evento eclesial; ahora, ya haciendo el camino del año Santo de la Esperanza, mantiene toda su validez, punto por punto:  «La peregrinación, entonces, sea estímulo para la conversión: atravesando la Puerta Santa nos dejaremos abrazar por la misericordia de Dios y nos comprometeremos a ser misericordiosos con los demás como el Padre lo es con nosotros.

El Señor Jesús indica las etapas de la peregrinación mediante la cual es posible alcanzar esta meta: “No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den y se les dará: una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el regazo de sus vestidos. Porque serán medidos con la medida que midan” (Lc 6,37-38). Dice, ante todo, no juzgar y no condenar. Si no se quiere incurrir en el juicio de Dios, nadie puede convertirse en el juez del propio hermano. Los hombres ciertamente con sus juicios se detienen en la superficie, mientras el Padre mira el interior.

¡Cuánto mal hacen las palabras cuando están motivadas por sentimientos de celos y envidia! Hablar mal del propio hermano en su ausencia equivale a exponerlo al descrédito, a comprometer su reputación y a dejarlo a merced del chisme. No juzgar y no condenar significa, en positivo, saber percibir lo que de bueno hay en cada persona y no permitir que deba sufrir por nuestro juicio parcial y por nuestra presunción de saberlo todo. Sin embargo, esto no es todavía suficiente para manifestar la misericordia. Jesús pide también perdonar y dar. Ser instrumentos del perdón, porque hemos sido los primeros en haberlo recibido de Dios. Ser generosos con todos sabiendo que también Dios dispensa sobre nosotros su benevolencia con magnanimidad”. (Misericordiae Vultus, 14)».