Pbro. Edduar Molina Escalona
Con el signo penitencial de las cenizas sobre nuestras cabezas, iniciamos la peregrinación anual de la santa Cuaresma, desde este miércoles 5 de marzo, cuarenta días que se extienden hasta el 17 abril. Para ayudarnos a preparar mejor esta gracia de conversión y renovación espiritual el Santo Padre Francisco, publicó el pasado 25 de febrero su mensaje anual para la cuaresma, que este año lleva por título: “Caminemos juntos en la esperanza”, precisamente por estar enmarcado en el año jubilar.
El Santo Padre reflexiona planteando tres llamados a la conversión: como peregrinos, en la sinodalidad, y la esperanza.
Como peregrinos, nos invita a meditar sobre el significado de caminar juntos en la esperanza y descubrir las llamadas a la conversión que la misericordia de Dios nos dirige a todos, de manera personal y comunitaria. Una de las palabras claves de este mensaje es la de “caminar”, lo que nos recuerda el largo viaje del pueblo de Israel hacia la tierra prometida. También es nuestro propio peregrinaje por esta vida terrena, acompañados por otros, siempre juntos, nunca como viajeros solitarios, clave fundamental para vivir esta particular vocación de Iglesia, “caminar juntos, ser sinodales”.
No escapa al mensaje cuaresmal, la referencia a nuestros hermanos migrantes, “tantos hermanos y hermanas que hoy huyen de situaciones de miseria y de violencia, buscando una vida mejor para ellos y sus seres queridos”. De este modo, nos instó a confrontarnos con la realidad del inmigrante como ejercicio cuaresmal.
En segundo lugar, la conversión a la sinodalidad, nos señala el camino del Espíritu, que nos mueve a salir de nosotros mismos para ir hacia Dios y hacia los hermanos, y nunca a encerrarnos en nosotros mismos. Esto implica en nuestra vida la capacidad de escuchar, de vencer la tentación de encerrarnos en nuestra autorreferencialidad, ocupándonos solamente de nuestras necesidades, resalta el Papa Bergoglio.
Y, por último, la conversión en la esperanza, Caminar de la mano de otros, es también seguir la esperanza de una promesa, esa “esperanza que no defrauda” (Rom 5,5). Es la experiencia de fe del cristiano que le permite tomar conciencia sobre cuáles son las motivaciones que impulsan nuestras vidas. ¿Dónde tenemos puestas nuestras miradas y atrapados nuestros corazones? ¿Vivo concretamente la esperanza que me ayuda a leer los acontecimientos de la historia y me impulsa al compromiso por la justicia, la fraternidad y el cuidado de la casa común, actuando de manera que nadie quede atrás? Preguntas que estamos llamados a responder animados desde la esperanza que debe ser para nosotros el horizonte del camino cuaresmal hacia la victoria pascual.
Vivir la cuaresma es pues, abrirnos a la convicción real de que Dios perdona mis pecados, es vivir seguros que estamos protegidos por esa esperanza que es “el ancla del alma”, segura y firme y en la que toda la Iglesia suplica para que todos se salven. (1 Tm 2,4).