Comunicaciones ArquiMérida

La Palabra de Dios en el III Domingo de Cuaresma: 23 de marzo de 2025

Pbro. Dr. Ramón Paredes Rz.

pbroparedes3@gmail.com

El tema del domingo

El Nombre de Dios es asunto serio de todo creyente. Conocer el Nombre, buscar el Rostro… constituyen el itinerario de la fe por excelencia, porque expresan misterio y sentido, anhelo y tormento… Mediante el conocimiento del nombre se establece una relación. La de Dios no es una excepción. Quién no ha preguntado un día, sobre todo en los momentos oscuros de la vida: «¡muéstrame tu Rostro!», «¡dime tu Nombre!».

La historia de Moisés (primera lectura) es la historia de todo creyente, que busca a Dios y se encuentra con una montaña, una zarza, un árbol, fuego… O, para expresar la misma verdad con la imaginería del pasaje evangélico, se busca a Dios y se encuentra con una masacre sangrienta, una torre que se cae… Es decir, en el microcosmos ordinario que teje nuestra vida cotidiana. Con esto, sin embargo, no se quiere decir en absoluto que el Dios bíblico sea una proyección de los fenómenos y poderes naturales, ni el chivo expiatorio que impone su verdad dando jaque mate al hombre y a la historia humana. En absoluto. Dios es una persona: tiene un nombre, una voz, busca a los seres humanos y los interpela. Las lecturas de hoy nos introducen en este universo sublime de la identidad de Dios y de su misterio inefable.

El Evangelio: Lc 13,1-9

Dios sigue siendo un Dios liberador, incluso cuando el contexto histórico parece contradecir esta verdad. El Evangelio de hoy lee el aspecto de la liberación, y por tanto de la identidad de Dios, bajo una luz particularmente desafiante. Al principio, se recuerdan dos noticias cuyos detalles se nos escapan: Pilato había hecho masacrar a un grupo de galileos y una torre se había derrumbado, matando a dieciocho personas. Dos noticias, pues. Jesús se inspira en ellos para una enseñanza sobre Dios y el hombre.

En primer lugar, afirma que esas muertes no fueron queridas por Dios. Contrariamente a lo que podría pensarse, no fueron consecuencia de un castigo a causa del pecado, por la sencilla razón de que aquellos galileos y los otros dieciocho que murieron no eran más pecadores que los demás. Y, sin embargo -y ésta es la enseñanza central-, todo lo que sucede a causa de la crueldad o el descuido humanos es también Palabra, porque interpela al ser humano, llamándole a la verdad de sí mismo: «si no se convierten, todos perecerán de la misma manera». Evidentemente, no se trata aquí de una predicción, sino de una advertencia: con su maldad, el ser humano se encuentra en una cumbre y, sin un cambio radical que surja de lo más profundo de su ser, corre el riesgo de hundirse definitivamente, sin apelación.

Filón de Alejandría, filósofo judío de lengua griega, contemporáneo de Jesús, expresó la condición humana diciendo que el hombre es methorios: un término difícil de traducir, pero muy expresivo, porque tiene que ver en cierto modo con la divisoria de aguas: esa línea de intersección de superficies que separa dos lados opuestos. El hombre se encuentra en la cima de una montaña, envuelto a medias en la oscuridad y a medias en la luz, siempre a caballo entre la salvación y la condenación. Si ésta es la condición humana -difícil de poner en duda incluso en la situación actual del mundo-, entonces la llamada de Jesús no es tanto una amenaza como un acicate, que urge a tomar conciencia: sin un cambio real, el hombre corre el riesgo de encontrarse en el abismo.

La parábola sobre la higuera, que sigue a las dos amonestaciones, no hace más que reiterar, con una imagen eficaz, el mensaje central del pasaje: el hombre debe aprovechar el tiempo que le queda para convertirse y dar fruto. La paciencia de Dios es la posibilidad que se ofrece al hombre de redescubrir el sentido de la vida. Algunos estudiosos ven en este pasaje un juicio sobre Israel, olvidando que Lucas nunca pierde de vista la responsabilidad de los creyentes en Cristo. En realidad, la mirada de Lucas abarca todo el tiempo de la Iglesia: a todos se les permite asumir su responsabilidad, tanto como reconocimiento de su propia falibilidad como compromiso de conversión. A todos se les concede el año de gracia, como se anuncia en el primer discurso de Jesús en la sinagoga de Nazaret, el gran portal de la obra lucana. Y es precisamente aquí donde la verdad del YO SOY se entrelaza con la verdad del ser humano. A cada hombre y mujer le es dado encontrar la acción liberadora de Dios dentro de su propio espacio y limitación. A cada uno le es dado conocer el Nombre y el Rostro, en la certeza de que el encuentro con Dios conducirá al hombre a la verdad y a la asunción de responsabilidades.