Comunicaciones ArquiMérida

ORANDO CON LA PALABRA: REFLEXION EN EL TERCER DOMINGO DE CUARESMA -ciclo c-

Palabra

Pbro. Cándido Contreras

La maldad que existe en el mundo hace que los creyentes entremos en dudas muy serias respecto al poder y a la bondad de Dios. No entendemos por qué las malas acciones se imponen con tanta facilidad; nos cuesta entender cómo Dios, siendo el Todopoderoso, no interviene con más fuerza para derrotar al maligno. Nos cuesta entender, abriendo nuestra mente y nuestro corazón, la infinita paciencia misericordiosa de Dios.

En este tercer domingo de la cuaresma, guiados por el evangelista Lucas, la Palabra de Dios, nos llama a la conversión, pero no desde la vertiente de la amenaza, sino desde la confianza en el Dios que, viendo la opresión y las dificultades que tenemos, no cesa de suscitar personas que nos invitan a la fraternidad, solidaridad, honestidad y a la generosidad; a vivir en la verdad del amor.

La experiencia de la zarza ardiente en la cual Dios se da a conocer a Moisés, nos habla de una cercanía de Dios en todos los momentos que vive la humanidad; Dios es el que siempre está, el que siempre es y el que se va mostrando en todos los acontecimientos humanos. Para percibirlo hace falta quitarse las sandalias; hace falta entrar en la dimensión humilde del que se sabe necesitado de amor, misericordia y perdón; hace falta asumir con responsabilidad la tarea de cada día, en favor de nuestros semejantes.

San Pablo recuerda los episodios de la historia de Israel como lecciones para que no cometamos los errores del pasado; como creyentes cristianos tenemos una responsabilidad histórica; estamos llamados a salir de las opresiones y esclavitudes que nos impone el maligno a través de tantos medios atrayentes; podríamos preguntarnos ¿la música, el deporte, la moda, los diversos medios de comunicación social, los utilizo para estar al servicio de mis semejantes? O ¿los utilizo para aislarme, para vivir según mi capricho, buscando utilizar a los demás sólo para mi propio beneficio? El apóstol nos advierte sobre el peligro de caer, rebelándonos contra Dios.

El texto del evangelio subraya la responsabilidad humana en los diversos acontecimientos de violencia; las guerras no son queridas y menos promovidas por Dios; el Dios que se nos revela plenamente en Cristo Jesús nos invita a “amar a los enemigos”, a no devolver violencia con violencia. En el Antiguo Testamento encontramos páginas un tanto oscuras en las que Dios manda “a hacer la guerra” y “entregar a la anatema”, es decir a la destrucción total, a algunas ciudades; las explicaciones a estas y otras “incongruencias” con el Dios misericordioso que se nos revela en Cristo Jesús, no están al alcance de nosotros. Dios se ha ido revelando de acuerdo a nuestra capacidad de comprender y llevar a la práctica su Palabra.

La lucha armada, justificada de muchas maneras, siempre es una pérdida; nadie es triunfador en una guerra; el Papa Francisco, en diversas ocasiones, ha afirmado que toda guerra es una locura; la guerra deshumaniza, aniquila, es la aliada de la muerte. Dolorosamente el maligno no se cansa de instigar a unos contra otros para que nos aniquilemos. Es el ser humano quien opta por el camino de su propia destrucción.

Sin embargo, la paciencia de Dios es infinita y eso no significa debilidad o falta de poder. El busca que tomemos conciencia de la dura realidad con la que nos encontramos al optar por la muerte o vivir solo de apariencias. La higuera que solo produce hojas es un símbolo llamativo para que los cristianos pasemos de las palabras a las obras; en vez de optar por la violencia, cualquier tipo de violencia, optemos por el servicio, la responsabilidad, la generosidad, la solidaridad y la fraternidad. Nunca es tarde para hacerlo.

ORACION EN EL TERCER DOMINGO DE CUARESMA -ciclo c-

Señor nuestro Jesucristo,
Divino sembrador y Divino hortelano,
Divina e Infinita Paciencia,
Dios viviente entre nosotros.
Tú quieres que vivamos para siempre.
Tú no quieres que perezcamos
en las violencias que hemos creado
movidos por la irracionalidad.

Junto al Padre y el Espíritu Santo,
año tras año esperas que demos frutos de amor.
Año tras año estás abonando el terreno
para que demos una buena cosecha.
Año tras año nos invitas
a seguir la senda del bien
sirviendo con generosidad a nuestros hermanos.

Que tu Santo Espíritu, oh Señor Jesucristo,
siga realizando su Divina obra en nosotros.
Que sepamos responder, con nuestras obras,
a las sugerencias de tu Palabra.
Que confiados en tu Divina Paciencia
continuemos en nuestro caminar,
llenos de esperanza y alegría,
construyendo la fraternidad
que esperas encontrar en nosotros. Amén.