Comunicaciones ArquiMérida

MEDITEMOS LA PALABRA: 13 de abril de 2025, Domingo de Ramos – Pasión del Señor

Pbro. Ramón Paredes Ramírez / pbroparedes3@gmail.com

El tema del Domingo

Todos los evangelios presentan la pasión, muerte y resurrección de Jesús como la etapa suprema del camino, el cumplimiento de un plan divino de amor a los hombres y al mundo. Pero cada uno de los cuatro evangelistas tiene su propia perspectiva, que depende en parte de su visión teológica personal y en parte de la comunidad a la que se refieren. La perspectiva de Lucas no es la del Evangelio de Juan, ni la de los otros dos sinópticos: para Lucas, el camino de la pasión y muerte de Jesús es el camino de la solidaridad de Dios con el hombre, con todo hombre, hasta el malvado y el malhechor. Es una constante lucana que recorre todo su Evangelio: ¡el amor de Dios es un amor que alcanza a los alejados, a los diferentes, a los impuros! No es un amor que mira hacia arriba, sino hacia abajo. Y es gratuito, porque abraza sin pedir remuneración ni recompensa. Sobre este lienzo conceptual se injerta el relato de la pasión según Lucas

Primera lectura: Is 50,4-7

El pasaje que la liturgia de hoy presenta como primera lectura es el tercero de los cuatro cantos del siervo de Yahvé que se encuentran en el libro de Isaías. Es el siervo quien habla en primera persona y cuenta su historia de dolor. Describe su sufrimiento inmerecido: hacía justicia, pero a cambio recibía golpes, insultos y escupitajos… Podía haberse vengado, pero no lo hizo, sabiendo que Alguien estaba cerca de él. El sufrimiento es un misterio y nadie podrá nunca explicar el dolor del inocente, pero si un inocente sufre y a su lado encuentra a alguien dispuesto a llevar juntos el dolor… entonces el sufrimiento vive bajo una nueva luz. Cuando un amigo sufre con nosotros, el sufrimiento ya no es lo mismo, y el verdadero amigo no es el que tiene una solución para todo, no es el que tiene la respuesta bonita y lista, sino que es el que se queda con nosotros incluso cuando no hay solución. 

Es un discurso humano, es verdad, pero es también un discurso bíblico, un discurso cristiano, porque en el camino del dolor -lo sepamos o no- encontramos como compañero de viaje al siervo sufriente de Dios. Dios permanece a nuestro lado: ésta es la buena noticia de la Palabra de hoy. El Dios cristiano se hace impotente y camina con nosotros incluso cuando todos los caminos se cierran. Estamos acostumbrados a cantar y rezar a la omnipotencia de Dios, pero quizá deberíamos convertirnos y cantar la omnipresencia de Dios: un Dios que nos acompaña y vive con nosotros a través de la derrota, la soledad, las lágrimas y la muerte. Es un Dios que está presente, incluso cuando calla. El siervo sufriente lo dice claramente: he aquí que el Señor Dios está cerca de mí, me asiste: ¿quién podrá acusarme? Incluso cuando la vida nos acusa, incluso cuando el sufrimiento parecería declararnos que sí, que es verdad, que nos lo hemos merecido, Dios viene a decirnos que ¡allí también habita un Amor!

El filósofo danés Sören Kierkegaard lo expresa maravillosamente en esta bella oración: “¡Padre Celestial! De muchas maneras Tú hablas al hombre… Tú hablas incluso cuando Tú callas; porque también habla el que calla, para probar al amado… Padre Celestial… cuando todo calla, cuando un hombre está solo y abandonado y ya no oye Tu voz… cuando un hombre languidece en el desierto… que no olvide que Tú hablas incluso cuando Tú callas. Dale… el consuelo de comprender que callas por amor, como hablas por amor; de modo que, tanto si callas como si hablas, eres siempre el mismo Padre, tanto si nos guías con tu voz como si nos educas con tu silencio”.

El Evangelio: Lc 22,14-23,56

El siervo sufriente es presentado por Lucas como el inocente que se compadece de los condenados de la tierra. El dolor de Jesús no se debe a ninguna culpa. Incluso Pilato declara que no encuentra en él «ninguna causa de condenación» (23,34) y uno de los malhechores lo reconoce como justo, reprochando a su compañero: «¿No tienes temor de Dios, que sufres la misma condenación? Nosotros justamente, porque recibimos el justo castigo por nuestras obras, él, en cambio, no ha hecho nada malo». El justo sufriente es el tema fundamental de la pasión según Lucas.

La historia bíblica rebosa de relatos de justos humillados y rechazados: Abel asesinado, José vendido, Moisés rechazado, los profetas perseguidos, los pobres de los salmos sometidos a vejaciones y abusos… La sangre de los pobres no es preciosa para nadie y la historia está ahí para demostrarlo. Parece que la historia se burla de los pobres, pero «el justo crucificado» abre un camino de redención en medio de la burla de la historia. Precisamente por el aparente silencio de Dios, Jesús (y todos los justos crucificados con él) aprende quién es Dios y qué plan de amor se esconde en las profundidades de la tierra. El autor de la carta a los Hebreos escribe que, a pesar de ser Hijo, Jesús » con lo que padeció experimentó la obediencia» (5,8). El aprendizaje del sufrimiento llevó a Jesús a comprender el plan de Dios, que no pasa por las vías sagradas de la omnipotencia, sino de la impotencia. En la semilla de los justos, pisoteada y enterrada por los perseguidores, se esconde un designio de amor, que hace brotar la tierra, haciéndola fructificar de nuevo.

En la raíz de la cultura occidental, hasta su extremo tecnológico actual, se ha impuesto el concepto de Dios como máximo, en todos los ámbitos y en todas las dimensiones: grandeza, fuerza, principio y fuente de toda certeza y de toda verdad… En resumen, Cristo Gobernante y Conquistador, bien conocido por la teología y el arte… Cabe preguntarse, sin embargo, si esa imagen de Cristo refleja el esplendor y el poder de los soberanos imperiales que se han sucedido a lo largo de los siglos o el Dios cristiano, encarnado y crucificado… Para la metafísica es absurdo que Dios pueda sufrir y morir, que pueda ser impotente, débil y abandonado…

El pensamiento kenótico pertenece a la revelación cristiana y no es simplemente alternativo o complementario de la theologia gloriae, sino que es una forma completamente distinta de pensar a Dios… La alteridad inaccesible del «totalmente Otro» se manifiesta paradójicamente en la debilidad. En el himno de la carta a los Filipenses (2,1-13), el paralelismo entre la forma divina y la forma de siervo sirve para establecer la paradoja absoluta de la kénosis del Trascendente, que toma la forma de siervo y se hace, como los hombres, palabra, rostro, cuerpo… Un pasaje del Talmud de Babilonia afirma: «…donde encuentres exaltado el poder del Santo -bendito sea- encontrarás también a su lado, su abajamiento. Esto está escrito en la Torah, repetido en los Profetas y relatado por tercera vez en los Escritos».

Para nosotros, creyentes en Cristo, ésta es la verdad suprema: Jesús, inocente y justo, abraza la maldición de la cruz, para decir que no es la omnipotencia la que salva, sino la impotencia la que ama. Para Lucas, Jesús vence la triple tentación de los jefes del pueblo, de los soldados y de uno de los propios malhechores, tentación que se expresa siempre con la misma invitación: «¡Sálvate a ti mismo / sálvate a ti mismo!» (Lc 23,35.37.39). Mientras que en el Evangelio de Marcos se constata la impotencia de Jesús para salvarse, en Lucas se reconoce que Jesús tiene la oportunidad de hacerlo y se le insta a utilizarla en su propio beneficio. Jesús no acepta este chantaje y permanece solidario con el hombre pecador, hasta el final.

Las palabras de Bonhoeffer suenan totalmente apropiadas: «la muerte de Jesús crucificado como un criminal muestra que el amor divino se abre camino hasta la muerte del criminal…». Para Lucas, ya no es Dios quien juzga al hombre, sino que es Dios quien se deja juzgar por el hombre, respondiendo a la violencia destructiva con un nuevo comienzo, marcado por el perdón. La primera palabra de Jesús en la cruz, según Lucas, es una petición de perdón para los verdugos: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). No es baladí constatar que la oferta de perdón procede precisamente de la posición en medio de los malhechores (23,33). Esto significa que el amor de Dios no abandona al hombre ni siquiera cuando éste se pone en contra de Dios.