Un Papa presente en las periferias del mundo, ha sido sin duda el renovador y comprometido viaje apostólico número 45 de Su Santidad Francisco por el sureste asiático y Oceanía.
Después de una fecunda siembra de semillas de paz y esperanza el Papa de 87 años arribó, el pasado viernes 6 de septiembre, al archipiélago papuano. El Pastor de la Iglesia Universal, en un primer encuentro con la vida consagrada de esta nación con un 30 % de católicos en este país de 12 millones de habitantes, los reconfortó con estas palabras: “No están ustedes solos”, animándoles a ocuparse de los más pobres y marginados.
La diversidad étnica, lingüística y cultural de Papúa Nueva Guinea, su riqueza en recursos naturales, sus conflictos tribales, la cuestión del estatus de la isla de Bougainville, en las vecinas islas Salomón y, en particular, la vida y la cercanía a las comunidades cristianas, sus valores y compromiso, fueron los temas que centraron el mensaje del Papa argentino en la segunda etapa del Viaje Apostólico más largo de su pontificado.
Además quedó admirado y cautivado por la “extraordinaria riqueza cultural”, de este archipiélago con cientos de islas, donde se hablan más de ochocientas lenguas y gran número de etnias que conviven en ese territorio. “Imagino que esta enorme variedad”, dijo con simpatía, “sea un desafío para el Espíritu Santo, que crea la armonía de las diferencias”.
Una Iglesia particular con 179 años de historia, fueron sus primeros misioneros los padres maristas, sumado a las dos visitas de San Juan Pablo II la hace una de las principales socias de desarrollo del gobierno en la prestación de servicios en el país.
Ante un escenario de más de 300 personas entre autoridades, representantes de la sociedad civil y el Cuerpo Diplomático, el Papa agradeció la acogida y les hizo un llamado para trabajar juntos para que se pueda dar vida a un desarrollo sostenible y equitativo, que promueva el bienestar de todos, sin excluir a nadie.
Inspirado en el lema de la visita a Papúa Nueva Guinea: “Pray” “Rezar”, el Papa recordó que los valores del espíritu influencian e inspiran la construcción de las sociedades, poniendo de relieve que un pueblo que reza tiene futuro, sacando fuerza y esperanza de lo alto. Hizo, además, un llamado a los católicos a no reducir la fe a una observancia de ritos y preceptos, sino a que ésta consista en amar y seguir a Jesucristo, inspirando las mentes y las acciones, porque “la fe podrá ayudar a la sociedad entera a crecer y encontrar soluciones, buenas y eficaces, a sus grandes desafíos”.
La visita continuó el lunes 9 de septiembre al Timor Oriental de gran mayoría católica, un país considerado el más católico del mundo después de El Vaticano ya que así se declara el 95 % de su población. Lo esperaban con ansias, el Papa llegó con un objetivo claro, fomentar la recuperación de un pasado sangriento y traumático y celebrar su desarrollo tras dos décadas de independencia del gobierno indonesio.
Los timorenses abarrotaron el recorrido papal y un grito de alegría se escuchó a su paso: ¡Viva el Papa! Un ambiente muy diferente al de la última visita papal de San Juan Pablo II en 1989, cuando Timor aún era una región ocupada por Indonesia y luchaba por liberarse.
En el encuentro con los obispos, sacerdotes y religiosos, el Papa les pidió que “amen la pobreza” y no se dejen tentar por la “soberbia y el poder”, para dar autentico testimonio cristiano en un país que se encuentra entre los más pobres del mundo. la Iglesia del país cuenta con 347 sacerdotes y 1.038 religiosas, 66 parroquias, 51 centros entre hospitales, residencias de ancianos y discapacitados y 320 escuelas.
La eucaristía más concurrida, con la asistencia de más de la mitad de la población de este país de 1,3 millones de habitantes del sudeste asiático, les recordaba que “el Evangelio está poblado de personas que se hallan en los márgenes, en los confines, pero que son convocados por Jesús y se vuelven protagonistas de la esperanza”.
El centro de convenciones de la capital, Dili, fue el lugar elegido para un diálogo abierto entre el pontífice argentino y cerca de un millar de jóvenes, enviándoles a su acostumbrada tarea juvenil: “hacer lío” y cuidar la memoria. Enfatizando que un joven no sueña es un jubilado de la vida, así como a ser herederos de la historia tan hermosa que han tenido, desde el respeto a los ancianos.
A los Obispos, sacerdotes, religiosas y catequistas les dijo: “la evangelización se hace posible cuando nos atrevemos a “romper” el frasco que contiene el perfume; romper el “caparazón” que frecuentemente nos encierra en nosotros mismos y salir de la religiosidad mediocre, cómoda, vivida sólo por una necesidad personal”. Además de invitarlos a ni dejarse llevar por la tentación de la soberbia y del poder; no conducirles a pensar en su ministerio como un prestigio social, actuando como dirigentes que aplastan a los demás”.
El Papa concluyó el viernes su visita a Singapur, según su última encuesta los budistas forman el 31 % de la población, los cristianos el 19 % y los musulmanes el 15 %, mientras que alrededor de una quinta parte se declara no creyentes. El Santo Padre elogió su tradición de armonía interreligiosa.
El primer Papa latinoamericano de la historia ofreció un mensaje abrumadoramente positivo en uno de los países más ricos del mundo, elogiando su desarrollo económico y haciendo un único llamado: que trate a los trabajadores inmigrantes con dignidad y con un salario justo.
Su último acto oficial y de masiva participación fue, sin duda, el encuentro con los jóvenes, a los que invitó a asumir riesgos y a poner la atención en tres palabras: no ser críticos de salón, sino hacer la crítica que construye, un joven que no se arriesga, que vive acomodado en su zona de confort y tiene miedo de equivocarse es un viejo, y por último la tecnología: tener que usarla y el riesgo de usarlos, para ayudarnos a avanzar y no para esclavizarnos, para acercarnos unos a otros, propiciando la comprensión y la solidaridad, y no para aislarnos de manera peligrosa en una realidad ficticia e intangible”.
Así concluye el viaje apostólico que deja sólido testimonio de la cercanía del Papa con la gente y su mensaje esperanzador de armonía interreligiosa, puente de unidad y vida en un mundo en conflicto.
P. Edduar Molina