Pbro. Cándido Contreras
Nos adentramos en la segunda parte del tiempo pascual; la Iglesia, cuidada amorosamente por su Buen Pastor, se siente llamada a realizar el “sueño” del Padre Dios al crearnos “a su imagen y semejanza”. Nuestra humanidad, marcada por el pecado, diera la impresión de haber perdido el rumbo; estamos marcados por las lágrimas que surgen de la muerte, la pena, las quejas y un dolor que va más allá de lo meramente físico. Esta pérdida de rumbo se intenta olvidar por medio del egoísmo y el capricho; la impotencia ante el mal, que no parece dejar de crecer, lleva a la tentación de querer abandonar la fe, la esperanza y el amor.
La Palabra que proclamamos en la liturgia, en este quinto domingo de la Pascua, es una respuesta de parte del Señor a nuestra pregunta: ¿por qué el mal sigue avanzando?; en el marco de la Última Cena, Judas sale a ejecutar el plan para entregar al Maestro a las autoridades religiosas; el Maestro en vez de lanzar una maldición contra el traidor, invita a sus amigos a amarse mutuamente. La única forma que tenemos para vencer al mal, y al maligno, es amarnos como el Maestro: dando la vida por los demás.
Esta humanidad la podemos transformar para que, a pesar de la fragilidad y debilidad, no sea el mal quien marque la pauta de convivencia entre nosotros. Esta humanidad, viviendo en el tiempo y el espacio, puede ir anticipando los cielos nuevos y la tierra nueva, donde habite la paz y la justicia.
El trozo del libro de los Hechos, proclamada como primera lectura, nos dice que Pablo y Bernabé realizaron “con éxito” su primer viaje misionero; en pequeñas poblaciones formaron comunidades fraternas que vivían un estilo de vida distinto; el fruto de esas semillas se ha ido dando a lo largo de los siglos, aunque falta mucho para que toda la humanidad, con sus diversas particularidades, lo asuma como propio. Durante estos veinte siglos de historia, algunas personas, quizá muchas, han disfrutado, de alguna manera, la alegría del cielo nuevo y la tierra nueva anunciado en el Apocalipsis. No es una quimera, no es una utopía, es una realidad que está al alcance de todos.
El amor servicial del Maestro, expresado de muchas maneras, pero de forma irrepetible en el lavarles los pies a los discípulos, es el mejor ejemplo que tenemos los cristianos. Todos podemos hacer algo, o mucho, en favor de los demás. El amor no son solo palabras bonitas y sentimientos conmovedores; “obras son amores y no buenas razones” dice la sabiduría popular. Es en esa línea donde nos debemos colocar; amar al estilo de Jesús es ir entregando la vida para que otros puedan sentir el amor del Buen Dios. Cada persona es única e irrepetible; es a cada persona en particular como podemos, respetándola al máximo, servirle de acuerdo a su condición y a nuestras posibilidades.
A lo largo de la historia de nuestra iglesia algunos han recibido carismas muy particulares y preciosos para servir a los demás; estas personas santas son un apoyo y un testimonio que sí es posible vivir al estilo de nuestro Señor y Maestro. No todos hemos recibido idénticos carismas, pero todos podemos hacer algo para que nuestro mundo sea mejor, tratando respetuosamente al prójimo y buscando el bien común por encima de las ventajas individuales. Damos gracias a Dios por todas las personas que, de manera silenciosa, son incansables en hacer el bien; gracias a los que, con su estilo de vida, hacen realidad las palabras del Maestro.
ORACION EN EL V DOMINGO DE PASCUA -ciclo c-
Señor Jesucristo, Divino Servidor,
eres la Gloria de Dios hecha carne humana
y recibes la glorificación
junto al Padre y al Espíritu Santo.
¡Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo!
Al glorificar y bendecir al Dios Uno y Trino
nos adentramos en el cielo y la tierra nuevos
donde nuestra frágil realidad humana
se sabe amada, comprendida y enaltecida
por y en el amor de los unos por los otros.
Concédenos, Señor y Maestro, la gracia
de vencer las tinieblas del capricho egoísta
con obras de amor servicial
hacia nuestros semejantes.
Concede la gracia
a esta humanidad desesperanzada
de encontrar en los creyentes cristianos
el testimonio del amor expresado en las obras. Amén