Pbro. Edduar Molina
“Nosotros llevamos ese tesoro en recipientes de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios” (2 Cor 4,7)
Durante este mes mariano hemos recibido la alegre noticia de un nuevo Pastor para acompañar y apacentar la Iglesia Universal, Su Santidad León XIV, con sus palabras y gestos nos deja clara su preocupación por cuidar la “fragilidad de nuestro pueblo” haciéndolo tema y estilo de su nuevo ministerio petrino.
En esta línea, quisiera que reflexionemos juntos sobre la “fragilidad” presente en nuestra misión de cristianos, envuelta en un mundo de fracturas y dolores, desesperanzas y agobios que muchas veces nos quita la capacidad de saber estar ante un misterio tan grande y maravilloso como lo es el amor de Dios, frente a esta realidad, se impone al cristiano vivir la actitud del adorador que se siente desbordado de su gracia y aprende a convertir esta fragilidad en plegaria y alabanza.
Ante la experiencia dolorosa de nuestra propia fragilidad, se hace necesario y urgente ahondar en la oración y la adoración. Medios necesarios para unificar nuestro corazón y encontrarnos la gracia de poseer “entrañas de misericordia”, hombres y mujeres capaces de construir el encuentro y la comunión, con el coraje de asumir como vocación propia el hacernos cargo de la herida del hermano, a ejemplo del buen samaritano que supo recoger, cargar y sanar a su prójimo. (Lc 10,25-37).
Para el Papa Francisco, la oración y la adoración son esenciales para la vida cristiana. Ya lo decía Santa Teresita del Niño Jesús: “la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor, desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría”. Mientras que la adoración es la acción de reconocer a Dios como el principio y fin de todo, dando gloria y honra a su grandeza.
Cuando nos hacemos asiduos de una vida intensa de oración, el Señor nos permite oxigenar el cansancio cotidiano, experimentando en nosotros la presencia de un Dios tan cercano, tan Otro: Padre, Hermano, y Espíritu; Pan, Camino, Puerta, Compañero de Camino y dador de Vida.
También la oración nos mueva a la adoración, el poder estar en su presencia para hacer posible la “projimidad” que reclaman estos tiempos de crisis. Sólo en la contemplación del misterio de Amor que vence distancias y se hace cercanía, encontraremos la fuerza para no caer en la tentación de seguir de largo, sin detenernos en el camino…”, nos recordaba el entonces Cardenal Jorga Mario Bergolio.
Nos encontramos ante el reto de resignificar toda nuestra vida, como personas y como país, desde el gozo de Cristo resucitado para permitir que brote, en la fragilidad misma de nuestra carne, la esperanza de vivir como una verdadera comunidad.
Anunciar el Evangelio es resignificar, darle sentido nuevo a toda la vida, formar una nueva comunidad que tiene como centro el amor fraterno que nos dejó Jesús como su nuevo mandamiento, “como él nos amó”. Nos encontramos ante una nueva revolución, la cultura de la Inteligencia Artificial, con nuevos rostros que pretenden remplazar la dignidad de la persona humana. Pero, es justamente desde la experiencia de la fragilidad propia en donde se evidencia la fuerza de lo alto, la presencia de Aquél que es nuestro garante y nuestra paz.
La invitación que nos hace la Iglesia es a volver a esa mirada contemplativa con la cual descubrimos la cercanía del Señor de la Historia, reconociendo en mis propias fragilidades el tesoro escondido, que confunde a los soberbios y derriba a los poderosos (Lc 1,52-53).
Hoy el Señor nos invita a abrazar nuestra fragilidad como fuente de un gran tesoro evangelizador. Reconocernos barro, vasija y camino, es también darle culto al verdadero Dios. Porque sólo aquel que se reconoce vulnerable es capaz de una acción solidaria. Pues conmoverse (“moverse-con”), compadecerse (“padecer-con”) de quien está caído al borde del camino, son actitudes de quien sabe reconocer en el otro su propia imagen, mezcla de tierra y tesoro, y por eso no la rechaza. Al contrario, la ama, se acerca a ella y sin buscarlo, descubre que las heridas que cura en el hermano son ungüento para las propias.
Ayudemos a crear más cultura de compasión, puentes de comunión fraterna, sin tener miedo de cuidar la fragilidad del hermano desde tu propia fragilidad: tu dolor, tu cansancio, tus quiebres; Dios los transforma en riqueza, ungüento, sacramento y vida en abundancia.
No olvidemos las palabras del profeta: “Fortalezcan los brazos débiles, robustezcan las rodillas vacilantes; digan a los que están desalentados: ‘¡Sean fuertes, no teman: ahí está su Dios!… ¡Él mismo viene a salvarlos! (Is 35, 3.5).
Que María, nos conceda valorar el tesoro de nuestro barro, para poder cantar con ella el Magníficat de nuestra pequeñez junto con la grandeza de Dios.