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EL TIEMPO ORDINARIO: LA GRACIA DE LO COTIDIANO

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Departamento de liturgia / Comunicaciones

(09-06-2025) Cuando hablamos del calendario litúrgico, nuestra atención suele dirigirse a los grandes tiempos fuertes: Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua. Sin embargo, la mayor parte del año litúrgico está compuesta por el llamado Tiempo Ordinario, que, lejos de ser un tiempo vacío o menos importante, es una etapa de crecimiento, madurez y encuentro constante con el misterio de Cristo en la vida cotidiana.

¿Qué es el Tiempo Ordinario?

El Tiempo Ordinario abarca 34 semanas distribuidas en dos bloques: el primero va desde el lunes siguiente al Bautismo del Señor hasta el martes anterior al Miércoles de Ceniza; el segundo se extiende desde el lunes posterior a Pentecostés hasta el comienzo del Adviento. Este tiempo se llama ordinario no porque sea común o carente de sentido, sino porque se cuenta de manera ordinal: primera semana, segunda semana, etc.

En este periodo no se celebra un aspecto específico del misterio de Cristo, como en Pascua o Navidad, sino que se contempla en su totalidad: la predicación, los milagros, los encuentros, las parábolas y, sobre todo, la vida de Jesús entre nosotros. Es el tiempo de caminar con Él, de escucharlo en la sencillez del Evangelio dominical y de aplicar su Palabra a nuestras realidades concretas.

Un tiempo para crecer en la fe

La vida espiritual no está hecha solo de momentos intensos o extraordinarios. Como en la naturaleza, el crecimiento se da con frecuencia de manera lenta, constante, casi imperceptible. El Tiempo Ordinario es ese terreno fecundo donde la semilla de la Palabra puede echar raíces profundas. Es el tiempo del discipulado continuo, de la escucha perseverante, del seguimiento diario.

En este tiempo, la liturgia nos presenta pasajes del Evangelio que recorren la vida pública de Jesús. Cada domingo es una nueva ocasión para profundizar en su mensaje, para conocer más su corazón, para dejar que nos cuestione, nos consuele y nos transforme. En la aparente normalidad de estos domingos, se esconde una riqueza inmensa que solo se descubre con un corazón atento.

El color verde: símbolo de esperanza y vida

El color litúrgico del Tiempo Ordinario es el verde, color de la naturaleza, de la esperanza, del crecimiento. Es un recordatorio visual de que estamos llamados a madurar en la fe, a dejar que el Evangelio fecunde nuestra vida cotidiana. Así como las plantas no crecen solo con lluvia intensa, sino también con la luz diaria del sol, así también nuestra vida cristiana necesita la constancia del día a día.

Este tiempo es una invitación a descubrir que Dios también está en lo simple: en la oración de la mañana, en la eucaristía dominical, en la lectura de la Palabra, en la sonrisa compartida, en la fidelidad al deber. No hay momentos vacíos cuando se vive con Dios.

El tiempo ordinario y la misión

Lejos de ser un tiempo pasivo, el Tiempo Ordinario es misionero por naturaleza. En él, aprendemos de Jesús su forma de vivir entre la gente, de caminar con los pobres, de sanar corazones, de enseñar con parábolas sencillas. Cada cristiano, al igual que sus primeros discípulos, es enviado a ser luz y sal en el mundo.

Es un tiempo privilegiado para hacer vida lo que hemos celebrado en los tiempos fuertes. Si en Pascua hemos resucitado con Cristo, ahora debemos vivir como resucitados. Si en Navidad acogimos al Emmanuel, ahora debemos manifestarlo en nuestras relaciones y trabajos. El Tiempo Ordinario nos reta a no apagar la fe después de la fiesta, sino a encenderla cada día en lo concreto.

Vivir lo ordinario con corazón extraordinario

El tiempo ordinario es un regalo silencioso. Nos invita a no despreciar lo simple, a encontrar a Dios en lo cotidiano, a perseverar en la fe cuando no hay luces ni emociones fuertes. Es el tiempo de la fidelidad, del crecimiento paciente, del amor constante.

Que no pasemos por alto este tiempo verde del año litúrgico. Que lo vivamos con corazón agradecido, con mirada de fe y con compromiso activo. Porque en lo ordinario, Dios sigue hablando, sigue actuando y sigue salvando.

En el Tiempo Ordinario también resplandece el misterio de Cristo. En la vida ordinaria también somos llamados a la santidad.