Pbro. Cándido Contreras
En los textos de la liturgia de la Palabra, que celebramos este domingo, resuena, ya que se repite varias veces, la palabra PAZ. Una palabra que en su brevedad contiene uno de los anhelos, de las aspiraciones más grandes de toda la humanidad; creo que todos los seres humanos, incluso los que promueven, patrocinan y se ejercitan para la guerra, quieren la paz. Creamos, o no, hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios que es la Paz en persona.
El pueblo de Israel, quizá con muy breves períodos de tranquilidad social y política, siempre ha estado en guerra y conflictos tanto a nivel externo como interno; unas veces es agresor y otras veces es agredido. Curiosamente este pueblo fue el elegido por Dios para traer la verdadera PAZ a la humanidad. Las razones por las cuales la guerra siempre ha estado presente tanto en Israel, como en el resto de la humanidad, no las conozco pues son múltiples. Tratar de explicar, aunque fuesen unas pocas, las razones del por qué el pueblo de Dios siempre está en guerra, tampoco están a mi alcance.
Las Sagradas Escrituras, desde el primer libro hasta el último, afirman que todos los seres humanos somos hermanos y nos invita a comportarnos como verdaderos hermanos; dolorosamente también constata, a nivel teológico, que el primero que asesina a un ser humano es el propio hermano. El relato de Caín y Abel es paradigmático; los asesinatos, frutos eximios de las guerras, son solo producto de que alguien se irrita contra otro y, en vez de dialogar con él, prefiere agredirlo pues lo considera enemigo. La guerra es uno de los frutos más dañinos del pecado que surge del irritarse contra el semejante; irritarse porque uno cree que el otro es mejor; que lo que otro hace es para avergonzarlo, ponerlo en ridículo y, en último término, para burlarse de él.
Frente a todo esto el Buen Dios de una manera paciente, extremadamente paciente, divinamente paciente, nos invita a la conversión y a la búsqueda del entendimiento de los unos con los otros. El último capítulo del libro de Isaías, afirma que el Señor hará llegar a la ciudad de Jerusalén, un “río de paz, como un torrente en crecida”; esto que afirma que hará con la capital de Israel lo quiere hacer con toda la humanidad. San Pablo en su carta a los Gálatas nos habla que, si somos capaces de ir más allá de nuestros rituales y tradiciones religiosas, respetando profundamente a nuestros semejantes, tendremos la paz y la misericordia de Dios.
En el texto del evangelio encontramos el envío a misionar, por parte del Señor Jesucristo, a 72 de sus discípulos. Los envía “como a ovejas en medio de lobos”; los envía a una humanidad violenta y que ha hecho de la violencia algo cotidiano; más aún, ha hecho de la violencia la razón para fabricar, sin pausa, armas cada vez más letales. Una humanidad que hace de la violencia verbal, a través de los distintos medios de comunicación, la forma más cobarde de aniquilar socialmente al otro. A esta humanidad el Señor envía a sus discípulos a llevarles la paz.
Me llama la atención cómo el Señor nos invita a construir la paz desde la casa; cada cristiano católico es enviado a ser constructor de paz desde el mismo hogar; es allí donde es necesario aprender a dialogar, respetar y comprender que, aunque seamos una sola familia, todos somos diferentes, pero que podemos entendernos y aportar lo mejor de nosotros mismos para ser felices. Al mismo tiempo, nos da la capacidad para ser agentes de salud física, mental y espiritual; muchas enfermedades pueden ser superadas, o al menos sobrellevadas, si la ternura, la generosidad, la servicialidad, el buen humor y la paciencia, las ponemos en práctica. Si las ponemos en práctica, sin duda alguna someteremos al maligno enemigo que pretende quitarnos la fraternidad.
ORACION EN EL DOMINGO XIV ORDINARIO -ciclo c-
Señor Jesús, Paz Divina, hecha hombre.
Hoy te queremos dar gracias
por traernos la paz
y por darnos como misión
llevar tu Paz a las demás personas.
Bien sabes, oh Señor,
que son muchas las cosas
que atentan contra la paz.
Con mucha facilidad nos irritamos
incluso con nuestros seres más queridos.
Con mucha rapidez pensamos mal,
juzgamos y condenamos a nuestros semejantes.
En vez de ser instrumentos de tu paz
somos portadores de discordia y malos entendidos.
Señor Jesús, danos siempre tu paz.
Danos paz en la mente y el corazón.
No permitas que nuestro mal genio,
nuestro capricho y egoísmo,
nuestro mal humor o la nefasta envidia,
sean las normas de nuestra conducta.
¡Haz, oh Señor, que cada cristiano
sea un vivo instrumento de tu paz! Amén.