Padre Edduar Molina.
Con alabanza y gratitud los canagüenses celebramos el sesquicentenario de la Parroquia Eclesiástica Nuestra Señora del Carmen de Canaguá, un largo y fecundo camino misionero, cultivado por cuarenta y cinco párrocos, desde el primero, Padre Ezequiel Moreno (1876-1879) hasta su actual párroco Pbro. Cornelio Marín. Todos sembradores de semillas de Evangelio vivo, junto a una pléyade de laicos comprometidos con hacer presente el Reino de Dios en nuestras vidas.
Fue para el año 1872 cuando Libertad o Canaguá se creó como Parroquia Civil, iniciativa tomada por sus autoridades, encabezadas por el primer jefe civil Don José Antonio Belandria, de pedir al obispado merideño se erigiera como parroquia eclesiástica, bajo la devoción más honda en la fe de este pueblo, la Virgen del monte Carmelo. Gran adelanto en el tiempo de un laicado que toma conciencia de que lo más importante es convivir como comunidad de hermanos, acompañados por su sacerdote-párroco y caminar juntos en la fe que mueve a las grandes obras.
Vale la pena recordar la invitación del camino sinodal en Venezuela de formar “parroquias, comunidad de comunidades”, llamadas a la conversión pastoral, a responder con creatividad, bajo la guía del Espíritu Santo, a los desafíos del tiempo actual, a ser comunidades fraternas, donde todos se sientan amados y acogidos y salgan a las periferias humanas y existenciales a anunciar a Jesucristo Resucitado, celebrando la fe y viviendo la caridad”.
El segundo acontecimiento fue que, para el año de 1875, la Diócesis de Mérida se encontraba en orfandad por la muerte de su Obispo Juan Hilario Bosset. Por tanto, el decreto de erección canónica no tuvo que esperar la llegada del sucesor Román Lovera, (1881-1892) sino que, movido por el celo pastoral, por el cuidado de tan apartados pueblos surmerideños, el Vicario capitular, Ilustre sacerdote Monseñor Tomás Zerpa, firma y cuida de cerca los primeros pasos de la naciente parroquia, como consta en documentos de nuestro archivo arquidiocesano.
Clara muestra de una Iglesia cercana y solícita con sus comunidades, una Iglesia diríamos ahora en sinodalidad, como lo resaltó el Papa León XIV al inicio de su pontificado frente a la Plaza de San Pedro: “debemos comenzar juntos una iglesia misionera. Una Iglesia que construya puentes de apertura y de diálogo siempre abierta a recibir,como esta plaza,con los brazos abiertos a todos. Todos aquellos que necesitan caridad. Nuestra presencia, el diálogo y el amor”.
Damos gracias al Espíritu impulsor del Anuncio de la Buena Noticia, por los sacerdotes doctrineros agustinos que desde las tierras de Aricagua, con la misión de Nuestra Señora de la Paz se asentaron en el corazón del sureño en 1597, y esparcieron la semilla del Evangelio por estas comunidades abiertas a la acción de Dios. Junto a los párrocos de san José de Mucuchachí que antes del 24 de julio de 1875, fecha de institución de esta parroquia eclesiástica, cuidaron la fe de Canaguá y sus aldeas.
Nuestro municipio lleva el nombre del segundo en ocupar la sede metropolitana merideña, el Arzobispo Chacón, símbolo de la gratitud de estas tierras por sus pastores desde el primero Monseñor Silva, con su primera visita a esta Parroquia el 11 de febrero de 1897, el apoyo incondicional del Arzobispo constructor Acacio Chacón Guerra para “los curas de pico” con la apertura de los caminos del progreso, la paternidad de Monseñor Rafael Pulido Méndez, la obra catequética de monseñor Pérez Cisneros, la pesca vocacional del santo Monseñor Miguel A. Salas, el rescate de la tradición del Cardenal Baltazar Porras y la cercanía misionera de nuestro actual Arzobispo Helizandro Terán. A ellos nuestra oración, obediencia y comunión. Las grandes obras del sur merideño siempre han estado acompañadas por la preocupación pastoral y la caridad plena de nuestros obispos.
Agradecemos al dueño de la mies que ha enviado obreros a sus campos, hijos de esta parroquia, como el santo cura caminero Adonaí Noguera, el incansable y fecundo padre Onías Mora Newman, los ejemplos de santidad de Sor Belén Mora dominica de Santa Rosa de Lima y de la reverenda hermana Dominga Mora, carmelita de la Madre Candelaria, todos ellos de grata memoria, les pedimos nos acompañen y ayuden al gran número de los consagrados, sacerdotes y religiosas nacidos en estas amadas montañas de Canaguá, para seguir construyendo juntos la Iglesia signo de unidad y esperanza para todos.
Agradecemos al Párroco Cornelio Marín y las directivas de los grupos de apostolado y cofradías, por tan esmerada y excelente preparación de las festividades, como fue la presentación de las representaciones de las artes y oficios de la tradición canagüense, entre ellas, la molienda de caña, el amasijo del pan, la faena del café, los tejidos de cestas, sombreros y esteras, así como la mejor gastronomía y dulcería criolla, junto al teatro, la poesía y el canto que evoca el pasado surmerideño.
Nuestro agradecimiento a nuestros laicos, todos los movimientos y grupos de apostolado, testigos valientes de Evangelio y maestros de una fe que se encarna en la vida. Recordemos la invitación de nuestro Papa León XIV: “ser testigos activos de la luz de Cristo, en un mundo cada vez más secularizado”. Y el sur de Mérida es tierra de verdaderos testigos de Cristo Resucitado.
Que nuestra Madre del Monte Carmelo interceda ante el Señor para que sigamos construyendo parroquias, verdaderas comunidades de hermanos, modelo de humanidad en un mundo cada vez más virtual y vacío de valores humanos auténticos, que sean base de una verdadera sociedad más justa, más solidaria y más fraterna.