Comunicaciones ArquiMérida

MEDITEMOS LA PALABRA DE DIOS: XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario

Pbro. Dr. Ramón Paredes Rz

pbroparedes3@gmail.com

El tema del domingo

Tanto la gratitud del forastero Naamán a Eliseo, que lo había curado de la lepra, como el relato del leproso samaritano, que vuelve para agradecer a Jesús su curación, proponen el tema de la gratitud entrelazado con el de la salvación. No se trata sólo de una parénesis lucana sobre la gratitud, sino de algo mucho más profundo que concierne a la salvación universal y especialmente a la de los extranjeros y excluidos. También éste es un tema muy querido por el tercer evangelista, que a menudo presenta a los extranjeros como modelos de auténticos creyentes.

El Evangelio: Lc 17,11-19

El relato de Lucas es muy diferente del descrito en la primera lectura, pero la intención es similar.

El grito de los leprosos, con la súplica «ten piedad», apela a la bondad de Dios que los enfermos ven reflejada en la actitud y el comportamiento de Jesús. Sin embargo, Jesús no cura a los leprosos, sino que los envía a los sacerdotes. La Ley prescribía como primer cumplimiento, después de la curación, una práctica ritual y el reconocimiento oficial por parte del sacerdote (cf. Lv 14,3-20). El sacerdote, como intérprete de la ley, tenía a la vez la tarea de declarar ritualmente «impuro» al enfermo (y, por tanto, excluido del culto y del contexto social), tras haber reconocido su enfermedad, y la de declararlo puro, tras haber reconocido su curación. El milagro no se produce inmediatamente, sino a lo largo del camino. No se excluye que, a semejanza de lo que había sucedido con Naamán el sirio, Jesús quisiera también suscitar y probar la fe de los leprosos. En cualquier caso, la noticia de la curación es muy aleccionadora, lo que atestigua que a Lucas no le interesaba tanto el milagro como otro elemento que intenta destacar en la segunda parte del relato: la salvación de un samaritano.

El encuentro entre Jesús y el samaritano -que se volvió en cuanto se dio cuenta de que había sido curado, a diferencia de los otros nueve, que siguieron su camino- es, de hecho, el punto culminante de la narración lucana. Mediante un sutil arte narrativo, que pretende atraer la atención del lector creándole suspense, Lucas dice al principio que sólo era ‘uno de ellos’, pero sin revelar sus connotaciones étnicas. Sólo más tarde dice que ‘era samaritano’.

Este samaritano se postra ante Jesús y le da las gracias. Alabar a Dios y caer con el rostro en tierra a los pies de Jesús muestra no sólo una actitud de respeto, sino una profunda conexión entre Dios y su hijo Jesús. Al fin y al cabo, en el judaísmo estaba muy extendida la opinión de que sólo el poder divino podía curar de la lepra. Hay algo extraordinario en Jesús y el antiguo leproso se convierte en el modelo del creyente, que no se detiene ante el milagro, sino que entra en una relación personal con Jesús y con el Dios de la vida. Porque, de hecho, la base de la salvación no es cualquier poder taumatúrgico. Los diez leprosos experimentaron el poder del milagro, pero sólo «uno de ellos», el forastero, reconoció en ese milagro una invitación a ir más allá. 

La última palabra de Jesús, «tu fe te ha salvado», se dirige sólo a él, que reconoció en Jesús el poder de Dios y volvió para darle las gracias. «Tu fe te ha salvado» había sido también una palabra dirigida por Jesús al pecador de la casa de Simón (7,50) y a la mujer que sufría hemorragias (8,48): ¡dos personas también consideradas «impuras»! Los alejados pasan a formar parte del pueblo de Dios, el pueblo de los curados, que reconocen la llegada del Reino en la persona de Jesús.Inmediatamente después del relato de los diez leprosos, Lucas pone en boca de los fariseos una pregunta dirigida a Jesús: «¿Cuándo vendrá el reino de Dios?». Suena la respuesta de Jesús: «El reino de Dios no vendrá, y nadie dirá: aquí está o allí está. Porque el reino de Dios está en medio de ustedes». (17,20-21). Para Jesús, los signos de la presencia del Reino no son detectables a los ojos de los sentidos, sino sólo a los ojos de la fe. Diez leprosos, en efecto, vieron el milagro, pero «sólo uno de ellos» alabó a Dios, reconociendo en la fe su obra. La amonestación final suena como un fuerte recordatorio a los lectores: «¿No fueron diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve?». Una severa advertencia dirigida a los «ortodoxos», llamados a entrar (¡ellos!) en la lógica de Dios como el extranjero en Samaria. De nuevo, el profeta Isaías amonestando: «Oráculo del Señor Dios, que reúne a los dispersos de Israel: ‘Reuniré aún a otros además de los ya reunidos. Todos ustedes, bestias del campo, vengan a comer… Pero los perros codiciosos, que no saben saciarse, son los pastores que no entienden nada. Cada uno sigue su propio camino, cada uno mira por su propio interés, sin excepción» (Is 56,8-11).