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Meditemos la Palabra de Dios: III Domingo de Adviento, 15 de Diciembre de 2024

El tema dominical

En este tercer domingo de Adviento, el acercamiento a los textos bíblicos no es fácil porque, mientras por un lado tenemos imágenes de fiesta y exultación (Sofonías y la carta a los Filipenses), por otro encontramos la imagen del abanico que Dios -como un labrador- ya tiene en su mano para separar el trigo de la paja (Evangelio). Salvación y juicio son temas que recorren ampliamente la Biblia, pero su yuxtaposición provoca siempre un cierto malestar. Sin embargo, una reflexión más profunda muestra cómo, en la Biblia, la advertencia, e incluso la amenaza, están en la perspectiva de la reconciliación y la celebración. La razón por la que juicio y salvación viajan juntos radica en una conciencia de la que el creyente no puede abdicar: la de sentir que nuestra vida recorre una cima. Es la frontera que nos define. Y, sin embargo, todo hombre de fe sabe que este viaje al borde del abismo no es una maldición, sino una oportunidad, porque es precisamente allí donde se aprende a leer la propia condición como una experiencia de salvación.

El Evangelio: Lc 3,10-18

«¿Qué hemos de hacer?» es la pregunta que se hace la multitud. Una pregunta urgente y fundamental, para comprender que la tarea del creyente no debe identificarse con la intoxicación idealista de las almas cándidas que viven como si el mundo fuera el paraíso de las buenas intenciones, sin tener en cuenta las injusticias y la maldad que lo habitan.

Un agudo teólogo escribió: «Hay gente que está convencida de que basta con mirar al mundo con buenos ojos y enfrentarse a él con espíritu alegre, para que todo encaje en su sitio. Los que hablan de este modo hacen más daño del que sospechan…. La Verdad nos dice que nuestra actitud inicial ante la vida debe ser un «sí» en lugar de un «no». Y este ‘sí’ consiste en una postura afirmativa hacia todo lo que existe en cuanto que es obra del Creador…». Y sin embargo, «… este acto de nuestra voluntad sabe que el mundo, en su estado actual, no es bueno… Dios quiso que fuera bueno. Fue nuestra culpa humana la que lo arruinó y estropeó; pero Dios lo ha vuelto a poner en nuestras manos para que vuelva a ser bueno».

Estas observaciones captan el vínculo entre la atmósfera de alegría que brota de Sofonías (y del mensaje de Pablo de hoy) y la respuesta de Juan a la pregunta de «¿qué haremos?». Es el vínculo entre la alegría y la responsabilidad, y se capta en el momento en que se percibe que la alegría cristiana por la salvación de Dios se encarna en medio del desorden individual y mundial del que brotan la tragedia y el dolor. El himno a la alegría, que los cristianos están invitados a cantar especialmente en Navidad, no puede ignorar las injusticias que los hombres -incluidos los cristianos- perpetran contra su prójimo. El «sí» a la creación y a la vida que, a pesar de todo, decimos en Cristo Jesús es un «sí» al «amor responsable».

El Bautista no pide prácticas ascéticas, ritos especiales de ablución o penitencias. Pide a los recaudadores de impuestos que no se enriquezcan injustamente aprovechándose de su profesión, y a los militares que no extorsionen mediante la violencia. Los casos de los que habla son evidentemente ejemplares y no tienen otra función que señalar un camino para todos: el camino de la responsabilidad. Al igual que Jesús, el Bautista no considera indignas profesiones que en el entendimiento común se consideraban de dudosa reputación, sino que pide a todos un cambio de corazón, porque es ahí donde se juega el destino del mundo. Y, sobre todo, insiste en el discurso de la justicia y el amor que no se nutre de evasiones e ilusiones, sino de opciones concretas. He aquí la cuestión: todos somos capaces de una obra buena e incluso de un acto heroico, de vez en cuando. Pero la vida cristiana consiste en obras concretas, cotidianas, por «este hombre» que hoy viene a mi puerta, por «esta mujer» que hoy sufre violencia y abusos.

La expectativa del «más fuerte» sigue siendo enigmática, sobre todo si se tiene en cuenta el abanico que el más fuerte lleva en la mano para hacer la separación entre buenos y malos, y la decepción que el propio Juan encontrará al evaluar las obras de Jesús. Lc 7,18-23 relata la perplejidad del Bautista, que se había imaginado al más fuerte con el abanico en la mano, listo para el juicio, y en cambio tiene que medirse con «los ciegos que ven, los cojos que andan, los leprosos que quedan limpios, los sordos que oyen, los muertos que resucitan y los pobres a los que se anuncia la buena nueva» (7,22). Como tantos creyentes, también Juan se encuentra con el escándalo de la fe y el misterio de un Dios siempre distinto del imaginado. Pero esto también es euangelion / ‘buenas nuevas’, porque la brisa de los más fuertes llega a través de la restauración de aquellos cuya dignidad es negada, y la fiesta comienza cuando la sala del banquete se llena de gente que se levanta de las mazmorras de la vida.