Pbro. Edduar Molina Escalona
Después de la histórica visita del Papa peregrino a nuestra Ciudad de Mérida, aquel lunes 28 de enero de 1985, lo esperaba una Catedral caraqueña rebosante de los laicos comprometidos con la tarea evangelizadora en el país.
Entre ellos estaban quince representantes de los movimientos apostólicos, de los comités nacional y diocesanos de la Misión Nacional, dirigentes de la Central Latinoamericana de Trabajadores (CLAT), de Fedecámaras, de los MCS y de otros grupos, antes en Mérida había concedido audiencia a las autoridades rectorales de la Universidad de Los Andes, más el Rector de la Universidad de los Llanos y al Rector de la Universidad Católica del Táchira.
Su mensaje estuvo centrado en la fecunda tradición del Concilio Vaticano II, el Papa polaco reconoce la valorización e impulso que han dado pastores y laicos en Venezuela para la plena participación, en la tarea y misión eclesial. A los laicos, los llamó: “testigos de la resurrección de Cristo”, y les recuerda que están “unidos vitalmente a Cristo por el bautismo y como miembros de la Iglesia, viven su condición sacerdotal, profética y real, para dar testimonio de la potencia de la resurrección en la vida de los hombres y de las naciones”. Y pregunta el Papa: “¿No es este encuentro un signo más de esa fecundidad conciliar en tierras venezolanas?”.
En este encuentro el Papa trazó tres claves evangelizadoras que hoy siguen teniendo eco en el camino de la Iglesia Sinodal, en primer lugar “crecer en el Señor”, como el mismo lo enseñó: “la fecundidad del apostolado seglar depende de la unión vital de los seglares con Cristo”.
Una segunda tarea: “revitalizar nuestros movimientos eclesiales de laicos”, ya que “ellos pueden y deben cumplir un papel fundamental esmerándose en la suficiente formación, sentido de unidad eclesial y profunda espiritualidad”. El Papa llama a todos los bautizados a dar su contribución indispensable y enriquecedora a la evangelización, en comunión sincera con los obispos y en fidelidad inquebrantable a la verdad sobre Cristo, sobre la Iglesia y sobre el hombre; animados por sus respectivos carismas; abiertos al diálogo, colaboración y enriquecimiento recíproco; disponibles para la actuación de los planes pastorales, sean nuestros movimientos escuelas de formación cristiana, experiencia de comunión y participación, lugares irradiantes de vida en el Espíritu, semilleros de vocaciones sacerdotales y religiosas que tanto necesita nuestra comunidad eclesial, fermentos misioneros en todos los ambientes de vida, embriones germínales de nueva sociedad”.
Por último, los comprometió a ser defensores de los grandes valores humanos y cristianos: el valor de la vida, desde el momento de la concepción, contra toda violencia, la estabilidad y unidad de la familia, cuna de todo auténtico progreso civil y moral, la educación cristiana en la escuela, liceo y universidad. Proclamando y testimoniando que sólo la honestidad severa, en las responsabilidades administrativas públicas y privadas, da fibra vigorosa al porvenir de la patria.
Recoger los frutos de la siembra de San Juan Pablo II es hoy contemplar los sacerdotes que hacen vida en la mayoría de las comunidades cristianas, gracias a la exitosa promoción vocacional de la misión nacional, así como el fortalecimiento del apostolado seglar, con una mayor conciencia de compromiso evangélico para hacer crecer la levadura del Evangelio en todos los ambientes de la sociedad.
Para el Papa Francisco el perfil de una Iglesia sinodal es el de la cercanía al hermano, como no se cansa de repetir: “Ser Iglesia es ser comunidad que camina junta… No es suficiente tener un sínodo, hay que ser sínodo… Para ello es necesario un intenso diálogo e intercambio, un diálogo vivo entre los pastores y los fieles”, y es que Juan Pablo II preparó la Iglesia para estos tiempos de sinodalidad con su cercanía y dialogo abierto y fecundo con todos.
Hace 40 años el Papa Juan Pablo II en Mérida nos invitó a revisar ¿Cuáles son las pruebas en medio de las cuales la fe debe madurar y crecer aquí, en Venezuela? ¿cómo debe ser esta fe para que la herencia apostólica responda verdaderamente a la herencia de los siglos?”. Y continuó diciendo: “Esa fe que ha sufrido y sufre los embates del laicismo y secularismo, debe ser renovada. Y renovar la fe es profundizar en el conocimiento de la doctrina católica…Solo esa fe renovada será capaz de conducir a la fidelidad: fidelidad a Jesucristo, a la Iglesia y al hombre”.
Culmino con las palabras del recordado Monseñor Miguel Antonio Salas, al concluir la visita del Santo Padre: “Solamente la fe en el Papa, como supremo Pastor que enseña, santifica y gobierna la Iglesia, en nombre y con poder de Dios: sólo esa fe pudo motivar los ingentes esfuerzos organizativos y los grandes sacrificios de este pueblo creyente para movilizarse a Mérida y soportar el frío de la madrugada en La Hechicera. Sabemos, por ejemplo, que, desde lejos, desde más allá de El Morro, desde Acequias, vinieron grupos de personas caminando. Solo la fe pudo inspirar el ejemplar comportamiento de toda la población, el orden admirable, la ausencia de accidentes y desastres y la presencia masiva y alegre de la gente en la ruta papal y en concentración para la inolvidable celebración Eucarística con el Papa. Si, la fe y sólo la fe”.
Que San Juan Pablo II nos inspire y acompañe para hacer crecer la fe que mueve montañas y nos hace testigos del amor de Dios en el mundo.
Mérida, 26 de enero de 2025