En medio de los daños causados por las lluvias torrenciales que azotaron Mérida el pasado 24 de junio, la fe del pueblo andino ha resplandecido como un faro inquebrantable: mientras las aguas arrasaban capillas y comunidades enteras, los fieles veían en cada signo un milagro, una promesa de esperanza y la certeza de que Dios no abandona a los suyos